Daniel Asuaje: El desacuerdo productivo
El mestizaje genético es una estrategia evolutiva, no un accidente
Opinión.- Vivimos rodeados de diferencias. Las vemos en los rostros, en los acentos, en las formas de vestir, de pensar, de amar. Y aunque muchas veces decimos que celebramos la diversidad, lo cierto es que no siempre sabemos qué hacer con ella. A veces la toleramos, otras la evitamos, y no pocas veces la combatimos.
Pero ¿y si el problema no fuera la diferencia en sí, sino lo que hacemos con ella? La biología nos diseñó para diferenciarnos. No hay dos seres humanos iguales. El mestizaje genético es una estrategia evolutiva, no un accidente. La variabilidad asegura adaptabilidad, riqueza, posibilidad. Incluso, el deseo parece inclinarse hacia lo distinto: lo que no somos, lo que nos complementa. Pero también nos diseñó para desconfiar de lo que no reconocemos. Lo ajeno activa alertas. Lo extraño nos pone en guardia.
La cultura amplifica esta tensión. Nos da símbolos, lenguajes, rituales que nos agrupan, pero también nos separan. Nos enseña a decir “nosotros” y “ellos”. Y, a veces, ese “ellos” se convierte en amenaza. No porque lo sea, sino porque lo sentimos así. Porque aprendimos que lo diferente puede ser peligroso, que lo otro contamina, nos quita “la pureza”, que lo distinto debe corregirse o eliminarse.
Pero perdemos de vista que a lo largo de la vida nosotros nos hacemos distintos a lo que antes fuimos. Neruda lo dijo —en tono melancólico— en su Poema 20: nosotros los de antes, ya no somos los mismos
Y, sin embargo, convivimos, incluso con uno mismo. En las ciudades, en los trabajos, en las redes. Nos cruzamos con personas que no piensan como nosotros, que no comparten nuestras creencias, que no entienden nuestras referencias. Y no pasa nada. O mejor dicho, pasa algo esencial: aprendemos a convivir sin entenderlo todo, sin compartirlo todo, sin aprobarlo todo.
Eso se llama tolerancia. No es indiferencia, ni resignación. Es una decisión consciente de no convertir la diferencia en conflicto. Es reconocer que el otro tiene derecho a ser distinto, incluso cuando esa diferencia nos incomoda. Es aceptar que la convivencia no exige homogeneidad, sino respeto.
Pero la tolerancia sola no basta. Necesitamos diálogo. No como protocolo formal, sino como práctica cotidiana. Como gesto de apertura. Como disposición a escuchar sin interrumpir, a preguntar sin atacar, a responder sin imponer. El diálogo no busca que pensemos igual, sino que podamos pensar juntos. Que la diferencia no nos separe, sino que nos obligue a construir puentes.
Claro que no es fácil. Requiere tiempo, paciencia, humildad. Requiere reconocer que nuestras certezas no son absolutas, que nuestras verdades pueden convivir con otras. Requiere aceptar que el otro no es un error, ni una amenaza, ni un obstáculo. Es simplemente otro. Requiere aceptar que así como podemos ser distintos a nosotros mismo, y no solo es un derecho cambiar de vida o pensamiento, los otros tienden también a ser distintos a nosotros.
La paz, si alguna vez llega, no será producto de la eliminación de las diferencias, sino de su gestión. No será el triunfo de una visión sobre las demás, sino el acuerdo de que todas pueden coexistir. No será la ausencia de conflicto, sino la presencia activa de mecanismos para resolverlo sin violencia.
La diferencia no es el problema. El problema es cuando la usamos para excluir, para dominar, para destruir. Pero también puede ser la solución si aprendemos a verla como oportunidad, como riqueza, como punto de partida.
Y eso, como todo lo humano, se aprende, se practica, y la plasticidad cerebral nos prepara para el cambio y la aceptación de lo distinto. No obstante, no se trata de romantizar sobre la aceptación acrítica de las diferencias o la búsqueda de la igualdad o uniformidad que procuran los autoritarismos. Se trata de conciliar la realidad de que nadie es igual a otro, pero que la diferenciación es el camino necesario hacia el cambio.
La frase de Paracelso, según todo es bueno o veneno según la dosis, viene muy bien para entender que necesitamos dosis de igualación y diferenciación para existir manteniendo tradiciones, sin alienarnos a ellas y abrirnos a lo diferente sin temor a morir en el intento y que hay límites, como por ejemplo, no ser transigentes con quienes no admiten la tolerancia. Difícil camino, pero la vida es una continua adaptación y resolución de las dificultades.
@AsuajeGuedez
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