Luis Eduardo Martínez: “La guerra no hay que buscarla”
En el caso de nuestro querido país es cierto que como afirma Germán Carrera Damas, “la violencia ha sido un componente constante en la formación de la sociedad venezolana, tanto en la lucha por su emancipación como en las pugnas por el control del poder”
Opinión.- Equivocadamente, Oriana Fallaci, en "Inshallah", atribuye a Plinio la frase: “La guerra no hay que buscarla” y aunque esta no sea de Plinio El Viejo o el Joven nada más pertinente en estos tiempos en los cuales la violencia armada, con su secuela de muertes, heridos, destrucción, se multiplica en el mundo.
En el caso de nuestro querido país es cierto que como afirma Germán Carrera Damas, “la violencia ha sido un componente constante en la formación de la sociedad venezolana, tanto en la lucha por su emancipación como en las pugnas por el control del poder” pero no los es menos que el precio pagado ha sido altísimo.
Según Inés Quintero “más de un tercio de la población venezolana desapareció como consecuencia directa o indirecta de la guerra de independencia”.
Consolidada la república a partir de 1830, se pasó a un ciclo de inestabilidad política caracterizado por las guerras civiles. El caudillismo y la ausencia de instituciones sólidas impidieron la consolidación de un orden estable.
La más significativa fue la Guerra Federal que enfrentó a conservadores y liberales, y que tuvo un fuerte trasfondo social. A propósito Ramón J. Velásquez señala, “la Guerra Federal fue una revolución social inconclusa, en la que se expresaron las demandas de los sectores más pobres contra la oligarquía”. El saldo fue de más de doscientos mil muertos y la devastación de la economía nacional.
Otras guerras, como la Revolución Azul y la Revolución Legalista exacerbaron la constante disputa entre facciones políticas y caudillos regionales. La Revolución Libertadora por su parte, enfrentó al gobierno de Cipriano Castro con un movimiento armado de alcance nacional, en el contexto de un país asediado por el bloqueo naval europeo que ahora con Estados Unidos a la cabeza algunos aplauden replicar.
Historiadores mencionan que en aquellos años se consolidó una cultura política basada en la violencia, donde la legitimidad del poder se dirimía en el campo de batalla y no en las instituciones democráticas.
En 1958 la historia dio un vuelco.
La caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez significó el nacimiento de una democracia sólida. En propiedad fue un segundo intento porque en 1948, con la juramentación de Rómulo Gallegos como el primer presidente electo en comicios universales, directos y secretos, hubo un amago que fue aplastado solo ocho meses más tarde por un alzamiento militar.
Los venezolanos aprendimos que las disputas por el poder, que las diferencias de visión y de convicciones ideológicas, podían resolverse pacíficamente aunque unos pocos se apartaron y sumergieron en la subversión inspirados en la Revolución Cubana, enfrentando al Estado en una lucha armada que incluyó sabotajes, secuestros y emboscadas pero sin ningún éxito como lo escribe Agustín Blanco Muñoz, “la guerrilla venezolana nunca logró convertirse en un movimiento de masas, pero sí representó un desafío significativo para la democracia naciente”.
Betancourt, Leoni, Caldera, Carlos Andrés Pérez, Herrera, Lusinchi, otra vez Pérez y Caldera, Chávez y Nicolas Maduro, fueron electos Presidentes, y cercanos seguidores parlamentarios y gobernantes regionales y municipales, por la voluntad popular expresada en las urnas.
Hoy unos muy pocos pretenden devolvernos a épocas superadas y buscan que sea la guerra la vía para copar el Poder. Es el asalto más vil, porque se apoya en fuerzas extranjeras y promueve sin riesgo alguno desde afuera.
Todos estamos obligados a rechazar estos intentos de sumergirnos en la confrontación armada en la cual cualquiera puede ser víctima. Cualquiera menos los atizantes que lo hacen desde la seguridad por encontrarse lejos o en refugios que consideran inexpugnables.
Como sostiene Elías Pino Iturrieta, “la historia de la guerra en Venezuela nos enseña que la paz es un proyecto inconcluso, pero indispensable”.
Apostemos, a todo evento, por la Paz.
Por Luis Eduardo Martínez