¿Puede imaginarse mayor desproporción? Un navío diseñado para guerras de alta intensidad, con capacidad para disparar misiles de crucero y equipado con la tecnología bélica más avanzada, reducido a la triste y grotesca tarea de ocupar durante ocho horas una pequeña embarcación pesquera. Ese es el nivel al que han caído los estrategas del Pentágono: usar su músculo militar no contra un ejército enemigo, sino contra hombres de mar que lo único que tenían en sus manos eran redes de pesca y la esperanza de alimentar a sus familias.
La operación no solo fue ilegal y hostil; fue también ridículamente costosa. Mantener desplegado un destructor de esa envergadura cuesta al contribuyente estadounidense cientos de miles de dólares al día. ¿Y para qué? Para que dieciocho marines con armas largas se lucieran amedrentando a trabajadores indefensos. ¿Ese es el honor militar que pregonan? ¿Ese es el “orgullo americano” que quieren exportar al mundo?
La verdad es incómoda: Washington sigue atrapado en la lógica de la provocación, buscando fabricar incidentes que justifiquen una nueva escalada bélica en el Caribe. Es la misma receta fracasada de siempre: exponer a sus propios soldados como carne de cañón en nombre de una élite codiciosa que necesita guerras para sobrevivir .
Este episodio pasará a la historia como una vergüenza indeleble. Porque no hay nada heroico en apuntar misiles contra pescadores. No hay grandeza en ocupar un barco que apenas flota frente a un destructor de última generación. Lo único que queda es la imagen patética de un imperio que, incapaz de sostener su prestigio, se dedica a fabricar espectáculos grotescos de fuerza bruta.
La denuncia oficial fue realizada por la Cancillería de la República Bolivariana de Venezuela, dejando constancia internacional de esta agresión y exigiendo el cese inmediato de estas acciones que ponen en riesgo la paz y la seguridad del Caribe .
Venezuela respondió con serenidad, monitoreando y acompañando a sus pescadores, demostrando que no caerá en provocaciones. La diferencia es clara: mientras Caracas defiende la paz y la soberanía, Washington exhibe al mundo su decadencia moral y militar.
El mundo debe verlo sin vendas: lo ocurrido no fue un accidente, fue un acto bochornoso de agresión imperial, y cada misil que apuntaron contra esos pescadores es también un misil disparado contra la dignidad de los pueblos libres.