Opinión
Daniel Asuaje: La paz; anomalía humana
Los humanos estamos sometidos a fuerzas biológicas que tienden a diferenciarnos fenotípica y genéticamente
24 de julio de 2025
Opinión.- La paz social y mundial es un anhelo hasta ahora frustrado. Lo notable es que la violencia es de lo más común en la naturaleza, comenzando porque la supervivencia depende de que comamos a miembros de otras especies. Aparte de este comportamiento trófico, la violencia es muy frecuente entre las especies territoriales y gregarias y más si mantienen jerarquías internas. 

Los humanos somos unas de ellas. Este comportamiento no excluye conductas solidarias, piadosas o empáticas, más bien son sus equilibradores conductuales. Dar con los fundamentos biosociales y psicológicos de la violencia y la cooperación ha sido tema recurrente de nuestros pensadores e investigadores. Nos ocuparemos hoy solo de la violencia. Son muchos los factores en juego, por lo que solo podremos hacer un bosquejo del tema.

En la génesis de los conflictos sociales parece ser una constante las tensiones entre quienes se perciben como distintos, normalmente compiten por recursos y poder, pero otras veces lo que está en juego es la eliminación total, definitiva e irrevocable del contrario. Por eso, los factores de diferenciación son un foco de análisis provechoso en la búsqueda de explicaciones.

Los humanos estamos sometidos a fuerzas biológicas que tienden a diferenciarnos fenotípica y genéticamente: Rasgos físicos como el color de piel, estatura o sexo han sido históricamente usados para establecer jerarquías, incluso cuando no tienen relación con capacidades reales. Nuestro cerebro está diseñado para la sobrevivencia y tiende a ver en lo extraño, lo distinto, un peligro potencial para el individuo y su grupo.

Fuerzas culturales: formas distintas de vida y cosmovisiones diferentes que nos dotan de simbología, lenguaje, normas y valores que construyen identidades distintas, que nos hacen ver mutuamente no solo como distintos, sino muchas veces ni como prójimo. Las ideologías, religiones, partidos políticos, fanaticadas deportivas y gremios son expresiones de estas fuerzas.

Fuerzas sociales como nuestra posición social, prestigio, reconocimiento social que se distribuyen diferencialmente entre los miembros de una sociedad y que estimulan la percepción de unos y otros como diferentes, mueven a la exclusión de los percibidos como distintos a lo que pensamos que somos. Los clubes sociales, los gremios y las urbanizaciones son expresión de estas tendencias.

La diferenciación no es en sí misma indeseable; de hecho, la diversidad puede verse como un mecanismo biosocial enriquecedor del acervo genético y sociocultural dentro de ciertos rangos de variabilidad/similitud que asegura la cohesión biológica y grupal necesaria y suficiente en un rango de variación genética y simbólica suficientes. Expliquemos esto.

Nuestra biología está diseñada por y para la diferenciación: dos sexos distintos se combinan para procrear. Los experimentos de Claus Wedekind en 1995, en la Universidad de Lausana muestran que mientras más lejano sea su herencia genética entre dos humanos de distinto sexo, mayor será su atractivo.

Pero la unión de distintos tiene un límite: la preservación de la cohesión biológica, lo que impide que miembros de distintas especies se apareen con éxito reproductivo. La naturaleza evita que pueda haber hijos entre humanos y gorilas, por ejemplo. Los híbridos, como las mulas, son estériles. En las sociedades humanas, el mestizaje tiene como barreras las diferencias simbólicas significadas por la religión, raza, cultura y clase social, entre otras.

Estos rechazos expresan nuestra preferencia por lo conocido, lo familiar y el repudio por lo ajeno o extraño. Nuestra biología nos diseña para huir ante lo no conocido, nos apartemos, seamos cuidadosos. Solo si lo reconocemos como próximo, lo acogemos: si es como yo, lo amo. Si no, lo odio.

Cuando percibimos signos familiares compartidos nos abrimos a lo raro. En el paleolítico los grupos tribales distintos se evitaban, toleraban o guerreaban. 

Hoy, la vida moderna que nos obliga en las ciudades a estar cerca de numerosos extraños, la defensa elaborada es la indiferencia relacional. Permitimos la cercanía, incluso el contacto físico en lugares como un ascensor o el metro, pero gestualmente dejamos en claro nuestra indiferencia.

En nuestra cultura nada resulta más incómodo que sentir el cuerpo de un desconocido recostado sobre el nuestro, o la mirada fija de un desconocido. Aquí entramos en las diferencias como problema. Surge cuando se convierten en mecanismos de dominación o exclusión.

Esta vertiente de la diferenciación está directamente relacionada con la percepción del otro como no prójimo, es decir, como: a) no perteneciente a nuestra condición humana, b) en un grado más intenso, como un peligro a nuestra condición, manera de ver, sentir y vivir y c) en el grado más extremo, como una amenaza que precisa ser destruida. En cualquiera de estos grados hay abierta intolerancia: el otro no merece que yo lo reconozca, el otro debe estar lejos de nosotros, el otro no debe existir.

@AsuajeGuedez
asuajeguedezd@gmail.com
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VÍA Equipo de Redacción Notitarde
FUENTE Daniel Asuaje