Vincenzo Caruso: “Bukele y Uribe: dos autoritarios, un mismo patrón de impunidad”
A principios de los 2000, Uribe prometió “seguridad democrática” frente al terrorismo de las FARC
Opinión.- En tiempos donde la derecha extremista busca imponer su modelo autoritario bajo el disfraz del orden y la eficiencia, figuras como Álvaro Uribe en Colombia y Nayib Bukele en El Salvador se convierten en símbolos de un mismo peligro: el desmantelamiento de la democracia bajo la excusa de combatir el crimen.
Mediáticos, populares… pero profundamente autoritarios. El reciente reportaje publicado por El País, que revela cómo Bukele liberó en secreto a un jefe pandillero a cambio de lealtad política, confirma lo que muchos anunciaban: el discurso de la “mano dura” encubre pactos criminales, estrategias de represión y una ambición de poder sin límites.
A principios de los 2000, Uribe prometió “seguridad democrática” frente al terrorismo de las FARC. El resultado fue una guerra sin cuartel, con logros innegables en términos de control territorial, pero también con un costo humano devastador: más de 16.000 jóvenes ejecutados por el Ejército y presentados como guerrilleros muertos en combate. Los llamados falsos positivos no fueron simples errores: fueron crímenes de Estado sistemáticos, encubiertos por un aparato político que los consideraba parte del “progreso”.
Bukele, por su parte, se presenta como el azote de las pandillas. Su megacárcel y su régimen de excepción han sido vendidos al mundo como una solución eficaz, rápida y radical. Pero la verdad —como revela el testimonio del pandillero “Charli de IVU”— es mucho más turbia: su gobierno pactó con los mismos criminales que dice haber derrotado. Les ofrecieron privilegios, redujeron la presión militar y hasta los dejaron libres, un cambio de votos y estabilidad política.
Lo más grave no es solo la traición moral de negociar con asesinos. Lo verdaderamente alarmante es cómo ambos líderes convirtieron esa doble moral en un instrumento de poder absoluto. Uribe reformó la Constitución para reelegirse y persiguió a sus críticos bajo la lógica del “enemigo interno”. Bukele ha vaciado las instituciones, silenciado a la prensa y convertido el Estado en un reflejo de su cuenta de Twitter.
Ambos prometieron salvación. Ambos operaron en la oscuridad. Ambos tras dejaron de sí una estela de muertos, presos sin juicio y una democracia en ruinas.
Quienes hoy celebran a Bukele como modelo a seguir deben mirar con atención el espejo colombiano: la historia ya nos mostró lo que ocurre cuando se cambia justicia por venganza, derechos por orden, y verdad por propaganda. Lo que parece victoria, tarde o temprano, se revela como tragedia.
Bukele no es un presidente: es un carcelero con ego de mesías y hambre de obediencia.
Por Vincenzo Caruso