Agustín Albornoz S.: Lo sembramos desde pequeños
Y esto es algo que vamos inculcando a los niños desde pequeños. El problema no es por la comparación en sí misma, sino por lo que hacemos con la información que obtenemos de ella
Opinión.- Hace poco estuve reflexionando sobre que varias de las actitudes y conductas inadecuadas comunes hoy día, las vamos sembrando en nuestros hijos y niños en general desde pequeños. De algunas de ellas comentaremos en otras ocasiones. Hoy hablaremos de cómo esto influye en las relaciones humanas en estos tiempos.
Por ejemplo, un detalle que resalta en nuestras actitudes comunes es lo fuerte e innato que es nuestro impulso de compararnos con otras personas, así como cuán rápido clasificamos a las personas por categorías; para lo cual de paso nos basamos en las razones más vanas.
Y esto es algo que vamos inculcando a los niños desde pequeños. El problema no es por la comparación en sí misma, sino por lo que hacemos con la información que obtenemos de ella. Un ejemplo sencillo: un juego de pelota infantil. Como son niños pequeños (5-6 años), se supone que la idea es que ellos aprendan el juego y se diviertan. Por eso no debería importar quién va ganando, cuál es el rendimiento de los niños, etc. Pero si uno presencia un juego de estos, observará usualmente que los mismos padres se sentirán mejor o peor (y lo trasmitirán a los niños) según lo que estos hagan en el juego.
Es decir que, al igual que en un partido de adultos, armarán una fiesta o se esconderán como puedan según sus muchachos (o su equipo) vayan ganando o perdiendo, y según cómo se manejen. O sea de esa forma se enseña a los niños desde pequeños a que tanto ellos como las demás personas tienen un valor y relevancia según su rendimiento, y no por el solo hecho de ser humanos. Y esto a su vez, será una contribución importante a la sociedad de una gran cantidad de actitudes erróneas, que por cierto nos han ido trayendo al mundo conflictivo de hoy.
En realidad, las comparaciones desde el punto de vista espiritual son absurdas. Usualmente no sabemos toda la historia, solo vemos (como en un iceberg) lo que está afuera. No hay forma de que veamos los corazones y el interior de los demás, solo Dios lo puede hacer. Creemos ver toda la historia, pero no tenemos idea del sinfín de detalles, del trabajo y sacrificio detrás de ello. Lo que significa que muchas de nuestras conclusiones sobre otras personas son totalmente equivocadas.
Porque además al estar comparándonos, de paso con una gran habilidad para colocarnos en posiciones ventajosas, pretendemos ser mejores que los demás y aún peor, que Dios, quien no favorece a nadie por encima de nadie, como mencionan varios versículos bíblicos, como Romanos 2-11: “Porque no hay acepción de personas para con Dios”.
Todos hemos cometido muchos errores en esta vida. Todos tenemos que ser perdonados por muchas cosas. Por tanto todos deberíamos elegir ser menos exigentes, y más comprensivos, compasivos y amorosos con los demás.
Al final, la grandeza de una persona no se halla en los bienes que posee, su poder, posición o prestigio. Reside en la bondad, la humildad, la abnegación y la fuerza de su carácter.
@viviendovalores
Agustín Albornoz S.