Gregorio X, el pontífice olvidado que inventó el sistema para elegir al nuevo Papa
Antes de morir en 1276, impulsó un proceso cuyas bases hoy siguen vigentes en cada cónclave. Transformó una crisis en una solución institucional clave
Internacional.- Con la espera de quien será el próximo Papa, el tema del cónclave se ha vuelto el centro del debate mundial. Específicamente los internautas recuerdan al crucial Gregorio X, el pontífice que en 1274 instituyó el cónclave tras una crisis que mantuvo vacante el trono papal durante casi tres años.
De acuerdo con la historia, el mecanismo surgió como respuesta al colapso político-religioso en Europa y a un cisma de facto en la Iglesia. En el Concilio de Lyon, Gregorio dictó la bula Ubi periculum, que establecía el aislamiento de los cardenales, condiciones estrictas de encierro y limitaciones alimenticias para forzar una pronta decisión.
Una Iglesia dividida en una Europa fragmentada
Según reseñó infobae a mediados del siglo XIII, Europa no solo enfrentaba divisiones territoriales, sino también fracturas ideológicas y religiosas que condicionaban el liderazgo espiritual de la Cristiandad. Desde el siglo XI, la pugna entre los pontífices de Roma y los emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico, heredero político del reino de Carlomagno, había escalado de lo diplomático a lo militar.
En ese escenario, en 1268, murió el papa Clemente IV. Según reseñó Vatican News, no tenía sucesor claro y, como era costumbre, los cardenales se trasladaron a Viterbo, localidad de los Estados Pontificios donde había fallecido el pontífice, con la misión de elegir al próximo líder espiritual de la Iglesia. Las tensiones entre los güelfos y los gibelinos impidieron cualquier acuerdo y la elección quedó bloqueada.
Pero esto no fue sencillo, el papado se encontraba atrapado entre presiones cruzadas y demandas de actores políticos que intentaban imponerle una agenda, mientras la propia estructura eclesiástica mostraba signos de descomposición.
Los tres años sin Papa que paralizaron a la Iglesia
A medida que los meses transcurrían sin una decisión, la ciudad de Viterbo, que debía alojar el proceso electoral, comenzó a desesperar. Se recuerda como la falta de definiciones y el impacto político de la parálisis papal motivaron a los regidores locales a tomar una decisión drástica: encerraron a los cardenales en el palacio episcopal y comenzaron a limitarles la cantidad y calidad de comida.
El episodio no tenía precedentes. La ciudad impuso condiciones extremas a los miembros del Colegio Cardenalicio: incomunicación total, custodia permanente y restricciones crecientes en el acceso a alimentos. A pesar de ello, la solución no fue inmediata. El cónclave de Viterbo se convertiría en el más extenso de la historia de la Iglesia, superando los 33 meses de duración.
Finalmente, el elegido fue Teobaldo Visconti, un archidiácono italiano que ni siquiera había sido ordenado sacerdote y que se encontraba en ese momento en San Juan de Acre (actual Siria), participando en la cruzada contra los musulmanes. La decisión generó desconcierto, tanto por su perfil modesto como por su lejanía geográfica y espiritual del centro de poder.
Gregorio X y la institucionalización del cónclave
Una vez instalado en la silla de San Pedro, Gregorio X sorprendió a sus contemporáneos por su firmeza e independencia. Lejos de ser una figura manipulable, actuó con criterio propio y promovió iniciativas orientadas a fortalecer la unidad de la Iglesia y su autonomía frente a los poderes seculares. ACI Prensa destaca entre algunas de sus acciones más importantes los intentos de reconciliación con la Iglesia ortodoxa oriental y su impulso a la continuación de las cruzadas en Tierra Santa.
Pero su legado más perdurable, añada el medio especializado, surgió de su experiencia directa con la prolongada y conflictiva elección que lo llevó al papado. Así, en el Concilio de Lyon de 1274, Gregorio X promulgó la bula Ubi periculum, que estableció un nuevo procedimiento para la elección pontificia.
La norma imponía el aislamiento obligatorio de los cardenales en el lugar donde hubiera muerto el papa anterior, prohibía su salida del recinto salvo por razones de salud y limitaba progresivamente la alimentación a medida que se prolongaba la deliberación: un plato por día a partir del tercer día y solo pan y agua a partir del octavo.
Estas disposiciones buscaban evitar la repetición de la anarquía vivida en Viterbo. El Pontífice entendía que la falta de decisiones no era solo un problema organizativo, sino también espiritual. La desconexión con el mundo exterior, sostenía, debía permitir a los cardenales escuchar la ‘voz del Espíritu Santo’ sin interferencias externas. La dimensión teológica del aislamiento reforzaba así su función política.