Sucesos
Crónica criminal del pasado: Tragedia en el peaje
“Era el país petrolero de los ochenta, todavía vivíamos en la fantasía de la bonanza y sobre todo los comerciantes extranjeros rápidamente se hacían una sólida posición económica”
17 de febrero de 2024
Sucesos.- Amal había nacido en Beirut, pero antes de los dos años vino con su familia a Venezuela. Su padre había comprado a un “paisano” una de las más populares zapaterías del centro de Valencia, por toda la avenida Constitución, la Zapaterá Coloquial. 

Era el país petrolero de los ochenta, todavía vivíamos en la fantasía de la bonanza y sobre todo los comerciantes extranjeros rápidamente se hacían una sólida posición económica. Tenían una bonita quinta en lo mejor de El Trigal, a la que habían reformado y hasta le construyeron una terraza sobre el segundo piso para las fiestas y una pequeña piscina en el jardín.
Aquella casa en esquina siempre estaba llena de gente que compartía con Amal, sus hermanos y los padres reuniones de amigos y familiares. 

La muchacha estaba a punto de graduarse de bachiller, pero en sus tiempos libres ayudaba en la zapatería. Su papá decía que tenía que aprender el valor del dinero y del trabajo.

La bonanza petrolera trajo riqueza, progreso y mucho dinero en la calle. Y el circulante era un atractivo para toda clase de robos y atracos. En los años 80 eran muy comunes los asaltos a residencias, de donde los cacos se podían llevar buenas sumas de dinero y generalmente también se llevaban los carros de la familia.

Aquel día la enorme casa esquinera, en la avenida principal de la urbanización era una presa codiciada por unos atracadores que estaban merodeando por El Trigal. Dieron varias vueltas alrededor de la manzana en un malibu robado para esperar la ocasión. De repente llegan Amal y su madre a la casa en una Toyota Samuray último modelo. Tan pronto la muchacha se baja para abrir el portón “El Buho” y “El Caraqueño” rápidamente encañonan a las mujeres y las obligan a meter la camioneta y cerrar la reja.

El trio de hampones permanecen unos veinte minutos en la residencia, donde obtienen joyas, bolívares, dólares y otras cosas de valor. Cuando terminan con su “trabajo” obligan a Amal a montarse en la toyota.

-Tu nos acompañas por si la camioneta tiene algún truco.
Rápidamente los dos vehículos toman la Autopista del Este rumbo a sus guaridas, pero los vecinos que ven a los hombres armados que se llevan a la chica avisan a una patrulla de la policía de Carabobo que pasa por el sitio. La unidad RP-34 es un “machito”, que por más que acelera no puede dar alcance a los ladrones, pero pasa por radio la novedad y otra patrulla trata de alcanzarlos por la autopista. 

El malibú es perseguido por la patrulla pisándole los talones, mientras que El Buho y El Caraqueño en la Samuray con Amal de rehén toman un rumbo distinto, por la autopista, sin que nadie los persiga; quieren llegar a Mariara. Alguien ha llamado al puesto de la Guardia Nacional en el peaje y escuetamente ha dicho que va rumbo a ellos una camioneta toyota con hombres armados. No hablaron de una rehén.

Un joven teniente aposta sus guardias, quienes armados con potentes fusiles automáticos livianos (FAL), armas de guerra de gran alcance, esperan al vehículo. Cuando ven acercarse a la camioneta trancan las salidas. Desde la Toyota El Caraqueño hace unos disparos contra los militares que accionan sus fusiles. Tratan de espichar los cauchos del vehículo en movimiento y varios tiros hacen blanco en el vehículo que aparatosamente se detiene a un lado con media docena de impactos.

De la destartalada camioneta salen los dos delincuentes con las manos en alto:
-No disparen¡ -No disparen¡
Adentro está Amal. Un tiro de fusil ha atravesado la carrocería, el tablero y el asiento delantero y se ha alojado en su abdomen. El balazo ha comprometido bazo, hígado y un riñon. Rápidamente se llevan a la muchacha desmayada a un centro asistencial pero ingresa sin signos vitales. La vida y la alegría en aquella llamativa casa se apagó para siempre.

NOTA: Algunos datos han sido cambiados para proteger a los inocentes.

Por Luis Heraclio Medina Canelón
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VÍA NT
FUENTE Luis Heraclio Medina Canelón