Sucesos
Crónica del pasado: El crimen del negro Julián
La capacidad de discernir entre el bien y el mal es lo que diferencia al hombre del animal.
4 de noviembre de 2023

Opinión.- La capacidad de discernir entre el bien y el mal es lo que diferencia al hombre del animal. Allí está el alma, está en la capacidad de elegir entre hacer lo correcto o lo incorrecto, entre salvarse y perderse. Algunos hombres pudieron elegir entre no sólo salvar sus almas, sino pasar a la eternidad con gloria, como los grandes hombres de su tiempo, pero teniéndolo todo, fueron tan débiles ante sus vicios y pasiones que se condenaron ellos mismos. Este fue el caso de Julián.

Julián nació como esclavo, pertenecía a la familia Ibarra, por lo que originalmente se le conocía con el apellido de sus dueños, los Ibarra, acomodados hacendados de Borburata, quienes lo negociaron con otro acaudalado comerciante Don Jacinto Iztueta, de origen vasco, originalmente establecido en Valencia, luego prisionero en Puerto Cabello por su participación en la rebelión de 1811 y más tarde liberado en 1812, se estableció en la ciudad porteña. Desde entonces a Julián se le conoció con el apellido de su nuevo dueño.
 
En noviembre de 1823 es el esclavo de Iztueta el que señala al general José Antonio Páez un sendero en medio del pantano, que rodeaba el lindero este de la ciudadela de Puerto Cabello, por donde pudieron irrumpir en la ciudad amurallada para sorprender a los realistas derrotándolos en pocas horas, finalizando así la guerra de independencia.
 
Por esta acción, el Negro Julián consiguió su libertad y Páez lo premió con dinero, una casa y un caballo; hasta cuentan que una jerarquía militar le dieron por su loable labor, honores y fortuna que el antiguo esclavo de los Ibarra y los Iztueta jamás hubiera soñado tener.

Pero en vez de tratar de progresar y valerse de su nueva condición social Julián se convirtió en un sujeto pretencioso, vago, bebedor y jugador. Se rodeaba de sujetos de baja calaña adictos a los vicios, unos vividores que se aprovecharon de la súbita fortuna de Julián. Entre juegos de dados y parrandas Julián en poco tiempo perdió el caballo, la casa y el dinero volviendo a ser pobre, pero ahora sin siquiera el techo de la casa de un amo bajo el cual podía vivir.

Un aciago día, apenas dos años después de su heroica acción en el pantanal ocurrió la tragedia: Federico, un comerciante y agricultor alemán que vivía en Choroní, venía frecuentemente a Puerto Cabello a comerciar sus productos. Esa vez había tenido una buena venta y llevaba cuatro mil pesos en oro. De regreso hizo escala el la Isla del Rey, (frente al Quizandal de hoy), donde fondearon para seguir hasta casa al día siguiente. Federico venía acompañado de su esposa, otras dos mujeres y tres marineros. Pero sorpresivamente en la oscuridad de la noche fueron sorprendidos por el Negro Julián quien capitaneaba a otros diez borburateños, quienes sin piedad alguna cayeron sobre los indefensos viajeros.

Apuñalaron y degollaron a todo el que pudieron, el único que se pudo salvar fue el propio Federico, quien a nado escapó de la terrible escena, esperando en un lugar cercano hasta que vio que los criminales abandonaban el lugar de su delito. Federico regresó, y con las víctimas, algunas de las cuales todavía estaban vivas regresó a Puerto Cabello, a solicitar auxilio y pedir justicia. Allí murieron los heridos por la gravedad que llevaban.

Las autoridades militares tan pronto recibieron la denuncia enviaron por mar una comisión de soldados a Borburata, donde encontraron a Julián y otros tres de los criminales.

Los cuatro fueron enjuiciados, los encontraron culpables y fueron ahorcados. Ese fue el fin de Julián, el Negro que le dio la espalda a la gloria.


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VÍA NT
FUENTE Luis Heraclio Medina C.