Pero al cabo de un tiempo difícil de conceptualizar, y sin abrir los ojos, me entrego al más íntimo de los monólogos, el onírico, y me siento rodeado de imágenes, jeroglíficos, recuerdos de ciudades antiguas y olores que, de algún modo, también se afanan por buscar su lugar de sedación.
Mejor sería decir, otras formas de sedación que huyen del pensamiento, de las inflexibles razones del día a día, desordenadas, a veces sin pies ni cabeza, sin orientación, pero con una finalidad inespecífica, quizás con un sentido que recorre sin prisa un laberinto onírico y de trazo impalpable.
Desde hace pocos días solares, diurnos, intento leer Un Tren Viaja al Cielo de la Medianoche, de Tarek William Saab, un libro cuya portada me trasladó nítidamente a otras inquietudes que pueblan los ámbitos y conocimientos que uno ha vivido con la literatura, o con autores imborrables, textos de carne y hueso, que parecen respirar mientras se busca el sueño nocturno.
Quiero decirle a Tarek William que ese tren que vuela en la portada de su libro memorioso, es para mí un acto de autoconciencia y asombro, un encuentro con el espejo de un libro perteneciente a otro que es uno mismo, un libro familiar, de la misma sangre.
Después de nombrar a Julio Ramón Ribeyro y su libro Prosas Apátridas, quiero decirle a Tarek William que casi todos sus libros están resguardados entre Mérida y Barinas, y sobre todo en Mérida, en la casa de mi difunto padre José Esteban Ruiz Guevara, de Catalina, su viuda. Están ahí dentro de su biblioteca, que es una biblioteca enciclopédica, poética, pero separados de las secciones de sus estancos fundamentales: las obras de Bolívar, sobre Bolívar, o escritos por Bolívar y la biblioteca de autores Barineses, una de las colecciones más patrimoniales y cuidadas a lo largo de su pasión por la raíz por el ombligo de su tierra, Barinas, ciudad de poetas memorables, esenciales en la historia venezolana.
Esos libros están allí. El único que tengo en mis manos es el del Tren de la Medianoche que me lo concedió un paisano cuando fuimos el sábado pasado a una oficina pública.
Un libro que, desde el mismo momento, o quizás sin saberlo antes, me sedujo sin conocer la hermosa densidad de su interior, fue verlo a menos de medio metro de distancia.
Ver la portada, que me remitió también de algún modo inconsciente, uno no sabe cómo funciona eso, a un texto del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro que Tarek debe conocer, cuyo título es casi un aforismo, que dice más o menos textualmente así: un hombre sale de su casa, toma el tren como normalmente lo hace a diario para ir a su trabajo. Digamos, que el conductor del tren, por un error involuntario, cambia la dirección del tren y el pasajero no se da cuenta sino a medida de que el tren avanza.
Lo paradójico y curioso del texto que tiene que ver con el impacto que me produjo la portada del libro de Tarek y su imagen con el de Ribeyro, es cuando el pasajero se da cuenta, pregunta y comprende que se equivocó de tren y éste no va hacia ninguna parte Ribeyro define el texto como La teoría del error inicial. Tiene varias infinitas interpretaciones elaboradas por lectores y estudiosos del autor peruano.
Esa asociación del texto con el de la portada del Tren de Tarek, ha dado muchas vueltas en mi cabeza, porque la portada del Tren de la Medianoche es un tren que, probablemente, no esté equivocado. Ni el tren ni el pasajero, que es su autor y de alguna manera muchos de nosotros, como yo.
Es decir, es un tren que avanza por el riel natural de la vida, y va, digamos, recogiendo o recordando, o nutriéndose de lo que vemos desde la ventanilla hacia el paisaje de la memoria que conduce al final, a la muerte. Y vemos el paisaje, la memoria, los recuerdos, la vida que no vuelve.
Tal vez por eso no había escrito sobre el libro: es difícil hacerlo bajo ese estado de fascinación.
Pero voy allí, en un vagón. Ojalá pudiera regresar a esos libros tuyos, Tarek; esos libros, si los tienes a la mano, si los tienes repetidos, para ir abarcando de una manera más completa el sentido de tu obra.
Esos libros los adquirí en Mérida, la época en que te conocí allá, y, ha ocurrido, como esos libros que uno va adquiriendo con el tiempo y algunos se van quedando en distintas partes, otros se van haciendo bibliotecas múltiples en otros hogares.
Tanto a la portada como El texto de Ribeiro es un referente milagroso, para ver ese tren quizás poéticamente de vuelta a lo vivido.
Porque el libro, el contenido de su libro, desde luego, no es el sumario de un hombre extraviado ni de un viaje perdido, ni un viaje equivocado: es una travesía indetenible hacia el límite donde termina y comienza otra constelación, donde la vida disuelve su sentido: esa medianoche donde se inicia la transición hacia el no-ser.