Vincenzo Caruso: La traición como decadencia y la lealtad como voluntad de poder
Mientras Venezuela enfrenta buques, aviones, amenazas, presiones, sanciones y una maquinaria psicológica diseñada para quebrar a su pueblo, el traidor elige el camino más fácil: el de entregar su palabra para salvar su piel
Opinión.- Hay hombres que nacen con columna vertebral, y hay otros que nacen ya doblados y vencidos. Hay espíritus tallados en roca, capaces de sostener una nación entera, y hay espíritus de arena, que se desmoronan en cuanto sienten el soplo del miedo.
La carta que el ex-militar “Pollo” Carvajal, como lo apodan, lanzó al mundo —servil, mendicante, rota— no es una denuncia: es el estertor moral de un hombre que ya no gobierna ni su sombra. Es la agonía ética de quien, para obtener clemencia, ha decidido traicionarse primero a sí mismo. Porque esa carta no fue escrita para Venezuela. Ni para la Justicia. Ni para la historia. Fue escrita para su carcelero. Para agradarlo. Para que le afloje el castigo. Para comprar, con falsedades, un puñado de tiempo. El traidor no escribe hacia la patria: escribe hacia la jaula. La traición es hija del miedo; la lealtad es hija de la grandeza
Mientras Venezuela enfrenta buques, aviones, amenazas, presiones, sanciones y una maquinaria psicológica diseñada para quebrar a su pueblo, el traidor elige el camino más fácil: el de entregar su palabra para salvar su piel. La traición es siempre un acto de cobardía. Nunca de lucidez. Nunca de fuerza. El que traiciona no actúa porque ve más lejos, sino porque no puede soportar la cercanía de su propia conciencia. El débil necesita un amo al cual complacer; el fuerte solo necesita su honor.
Un militar puede equivocarse. Puede tropezar. Puede caer. Pero un militar que pierde la lealtad se convierte en un vacío vestido de tela. La traición lo vuelve un objeto sin alma: un cuerpo que se mueve, pero al que ya no lo sostiene ningún principio.
El Pollo Carvajal, eligió ese destino. Eligió el camino de los que se venden por miedo. De los que olvidan la tierra que los formó. De los que creen que su sentencia cambiará a fuerza de insultar a la patria que los vio nacer. Pero se equivocó: quien traiciona a su país se condena a sí mismo, no lo contrario.
Maduro: la lealtad que no se negocia
Y mientras un hombre se desmorona para agradar a su carcelero, otro permanece erguido ante el mundo. Hay una verdad que no necesita propaganda: la lealtad del presidente Nicolás Maduro hacia su pueblo es inquebrantable.
- No se dobló con sanciones.
- No se quebró con bloqueos.
- No se rindió ante amenazas.
- No cambió la patria por su salvación personal.
Maduro ha cargado con el peso del país como quien lleva una antorcha, no como quien arrastra una cadena. Ha sido fiel incluso cuando la fidelidad parecía un sacrificio, porque la fidelidad es la esencia de los fuertes.
Eso es lo que diferencia al líder del traidor: el líder actúa por deber y amor; el traidor actúa por miedo y conveniencia. Los pueblos fuertes no se arrodillan por la caída de un débil.
Venezuela sigue en pie, rodeada pero intacta, amenazada pero viva, presionada pero jamás quebrada.
Aquí no se escribe para carceleros. Aquí no se negocia la dignidad. Aquí no se venden mentiras para aliviar condenas. Aquí hay un pueblo que resiste. Y un Presidente que no ha roto su pacto con ese pueblo. Un pacto que no es de palabras, sino de fuego interior.
Que lo oigan soldados, oficiales y ciudadanos: la lealtad no es una virtud blanda, es una espada interior. Quien no puede sostenerla, que se aparte del camino de los que sí pueden. Porque el traidor, al final, no deja huella: deja polvo. Su nombre se disuelve como se disuelve la mentira cuando toca la luz. Pero la lealtad —la verdadera— es volcán: ruge bajo la tierra, se alimenta de fuego propio, y cuando emerge, arrasa con todo lo que es pequeño, cobarde o indigno.
Venezuela no será recordada por las sombras que la abandonaron, sino por los espíritus indomables que se mantuvieron firmes cuando los imperios creyeron que podían quebrarla. Porque un solo leal vale más que mil traidores. Y mientras el traidor escribe para su carcelero, el leal escribe para la eternidad.
Por: Vincenzo Caruso