Opinión
Linda D’Ambrosio: Zafari: animales en su hábitat
Con una aparente economía de recursos, la historia se desarrolla en apenas tres hábitats
19 de noviembre de 2025
Opinión.-  El próximo 28 de noviembre se estrenará en las salas de cine español la película “Zafari”, dirigida por Mariana Rondón y producida por Marité Ugás, su socia en Sudaca Films.

Un safari, en su acepción original, es un viaje que se hace con el propósito de contemplar o capturar imágenes de fauna silvestre en su entorno natural. El término procede del suajili y quiere decir “viaje”.

En el caso de la película, el término escrito con “Z” se refiere a un hipopótamo. La llegada de este mamífero semi-acuático al zoológico de una ciudad es el punto del que parte una travesía de 100 minutos, a lo largo de los cuales el espectador podrá, efectivamente, contemplar cómo transcurrir la vida de los animales involucrados en esta historia, tanto los que están en el zoológico como los que están fuera de él, los humanos, igualmente recluidos en sus propias jaulas, que denotan antiguos esplendores. Una trama con referentes que pueden ser demasiado obvios para algunos.

Dos familias, cuya vinculación es posible únicamente como consecuencia de la llegada de Zafari, se contraponen para narrar las dos caras de una misma realidad. Este contraste pone en luz cómo se experimenta la misma situación desde dos posiciones diferentes, cómo se corrompen, a su manera, ambos grupos, cómo surgen y se arraigan prácticas y vicios cuando se sucumbe a la presión de las circunstancias. Nadie puede emerger indemne del charco inmundo en el que se hunden día tras día, a semejanza del hipopótamo en su estanque.

Con una aparente economía de recursos, la historia se desarrolla en apenas tres hábitats. En realidad, el rodaje se llevó a cabo en diferentes países y es extensa la lista de entidades que respaldaron el proyecto. El núcleo de la trama, sin embargo, se relaciona con un bellísimo edificio que puede considerar un personaje en sí mismo, dado el sinnúmero de información que proporciona al espectador.

La película no hubiera sido el mismo sin dos elementos: la fotografía, en la que destaca el tratamiento de la luz, la forma en que esta se distribuye dentro de la magnífica arquitectura, y el fondo sonoro que, inevitablemente, recuerda el bramido del hipopótamo, colosal, amenazante, o quizás apenas temeroso y amenazado, víctima él también de las circunstancias.

La directora había descrito su película como “una distopía inspirada en hechos reales”. Y, efectivamente, lo que se plantea es la depauperación moral y física de diferentes estratos sociales, retratando cómo afectan las circunstancias a personajes de diferentes orígenes y edades, algunos de los cuales terminan bestializándose simbólica y formalmente.

En este sentido, Zafari introduce un elemento perturbador y profundamente simbólico: la presencia de animales descontextualizados, criaturas que figuran enmarcadas fuera de su entorno natural y que irrumpen en una trama solo aparentemente marcada por el absurdo. Estos animales, arrancados de su hábitat o colocados en espacios que no les pertenecen, nos llevan a pensar que la distopía es, quizás, la incapacidad de reconocer lo que se ha roto más allá de lo visible.

La tensión es constante a lo largo de toda la película, a la espera de un desenlace brutal, que no llega de golpe, sino que va minando progresivamente a los personajes, desbastándolos, debilitándolos. Sin embargo, la exuberancia de la naturaleza, la belleza de la arquitectura y la maternidad como último bastión de la humanidad que pervive en los hechos hacen de Zafari una obra no solo digerible, sino también degustable, convirtiéndola anticipadamente en un clásico que no debe perderse ningún espectador, por muy dolorosa que resulta la trama para quienes conozcan los hechos reales a los que se refiere la cinta.

Linda.dambrosiom@gmail.com
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VÍA Equipo de Redacción Notitarde
FUENTE Linda D’Ambrosio