La palabra de Dios es clara cuando nos invita a que seamos íntegros siempre
Opinión.- La importancia de hacer las cosas para Dios determinará cuán sinceros somos y honestos antes las responsabilidades que nos permite el Señor tener en nuestras vidas. Cuando enfatizamos poner en la balanza celestial las distintas tareas, los retos personales, no tardará en llegar la sabiduría, las fuerzas nuevas, un esplendor para ejecutar el trabajo porque, sencillamente, nuestro interés inicial y más importante es que nuestro amado Maestro sea glorificado con lo que aquí en la tierra se hace.
Hay un misterio que se cierne en positivo cuando procuramos agradar a Dios primero con nuestras obligaciones en este plano. Muchos, desde sus ópticas simplistas y humanas no lo entenderán, no lo aceptarán, porque buscan agradar primero al ojo humano, prefieren hacer las cosas con mayor énfasis cuando alguien lo está supervisando, cuando cercanamente lo están evaluando, ahí son personas aparentemente eficaces, cuando saben que lo están viendo.
Pero el gran secreto del éxito es hacer las cosas, te estén observando o no. Las fuerzas y las ganas que una persona demuestra delante de su jefe cuando está presente, deben ser las mismas fuerzas y ganas cuando el evaluador no está. Las personas deben mostrar integridad en las diferentes responsabilidades asignadas, independientemente si alguien está presente o no.
Un ejemplo es cuando los hijos en un hogar se comportan a la altura; cuando los padres están hacen sus tareas al día, de manera impecable. Sin embargo, cuando los padres se ausentan, ya su comportamiento cambia; es decir, muestran lo que realmente son, irrespetuosos, irreverentes y sustituyen la eficacia que mostraban al principio por una conducta apática.
La palabra de Dios es clara cuando nos invita a que seamos íntegros siempre. La epístola de Pablo a los habitantes de la ciudad de Colosas es expedita y sencilla, pero profunda. El Apóstol enseña que debemos priorizar y dejar claro quién es mayor.
En Colosenses, cap. 3:23 dice que todo lo que hagamos se debe hacer de corazón. Primero, debemos ser genuinos y no hipócritas cuando se hagan las tareas; siempre debe ponerse en la sobremesa la sinceridad. Eso nos ayudará mucho. En otra versión bíblica enseña que todo lo que hagáis, hacedlo de ánimo.
Termina la cita: hacerlo para el Señor y no para los hombres. Porque nuestro Dios es el amo más importante, el Rey, el más grande de los jefes. Cuando el Señor se nos convierte en el primero a quien rendir cuenta, Él hará que todo lo demás adquiera un mejor aspecto, un mejor valor; es decir, cuando nosotros hacemos nuestro trabajo para Dios y no solo para que el jefe terrenal lo vea, sencillamente tu trabajo será valorado y la buena calificación te la manda el Señor mismo, por tener un espíritu genuino.
No importa si tu amo, el jefe, el padre de familia te está mirando, igualmente debemos hacer las cosas correctamente. Eso agrada a Dios, no importa si nuestros superiores son temerosos del Altísimo, si son creyentes o son carnales. Lo importante es que sepamos que debemos tener en cuenta que estamos siendo medidos por la justicia del cielo, una justicia divina de la que nadie se escapa.
Si bien es cierto que debemos ser correctos y cumplir nuestras responsabilidades al pie de la letra, esté el jefe terrenal o no; debemos entender y saber algo, podemos engañar al patrón, al amo, podemos simular cuando está presente que somos extraordinarios. Pero a Dios jamás lo podemos burlar ni jugar con Él. Es muy cierto que los ojos del creador de los cielos y la tierra estarán siempre observándonos.
Cuando actuamos en una labor y lo hacemos excelente, entendamos algo, que Cristo es quien recompensa, porque cuando somos honestos en nuestras labores, estamos haciendo un justo y agradable servicio al mismo Jesús de gloria, y Él, como amo de nuestras vidas y de nuestras almas, sabrá cómo honrarnos, el Señor lo sabe todo.
¡Sí se puede amigo (a) lector, es por aquí la plaza pública comunicacional!
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