Opinión
Cita con la historia: Historias de fantasmas
El primero lo refiere Francisco González Guinán en su “Tradiciones de Mi Pueblo”. Era el año de 1855. Valencia estaba siendo azotada por la peste del “cólera morbus” que en pocos días dejó la impresionante suma de un mil quinientos muertos. Había familias
31 de octubre de 2025
Opinión.- En estos días me llamaron de dos universidades privadas para que les diera alguna charla sobre “Halloween”, pero al estar comprometido para finales de mes y no ser este tema de mi mayor conocimiento me abstuve de aceptar. Pero al pensarlo mejor recordé algunas historias de fantasmas que vale la pena recordar.

El primero lo refiere Francisco González Guinán en su “Tradiciones de Mi Pueblo”. Era el año de 1855. Valencia estaba siendo azotada por la peste del “cólera morbus” que en pocos días dejó la impresionante suma de un mil quinientos muertos. Había familias en las que no sobrevivió nadie. Por las calles se encontraban tirados los cadáveres que eran recogidos por un carretón de la municipalidad para llevarlos a un nuevo cementerio construido por la gobernación, detrás del Cementerio Morillo, ya que este camposanto se había colapsado. Estos cementerios quedaban entre el actual Palacio de Justicia y los barrios El Candelero y El Calvario poco más o menos.

Una tarde iba el hombre del carretón con su carga de seis o siete cuerpos y como ya oscurecía los tiró apresuradamente en una fosa, lanzando unas pocas paladas de tierra y dejando para el día siguiente la terminación del entierro.

Al despuntar la madrugada, un popular personaje conocido como “El Negro Carapacho” despertó de su borrachera por el frío que hacía. Con horror vio que estaba lleno de tierra, en una fosa del cementerio rodeado de cadáveres. Se levantó y salió corriendo y pegando gritos por las calles, donde la gente había empezado a salir a sus oficios. Muchos se asustaron porque creían que el pobre Carapacho era un espanto.

Otro caso me lo contó el amigo Antonio Vitulano, a quien se lo habían referido sus abuelos del sector El Calvario. Sucede que avanzada la segunda mitad del siglo XIX el gobierno había construido el nuevo Cementerio Municipal y no querían que la gente siguiera enterrando a sus deudos en los viejos cementerios de la Calle Cantaura, pero el pueblo insistía. Un político consiguió un par de sujetos sin oficio y los contrató para que por las noches dieran carreras por los linderos de los cementerios pegando alaridos provistos de unas sábanas blancas que les cubrían todo el cuerpo. Se propagó la idea de que los muertos enterrados en esos cementerios no tenían descanso y se logró que la gente empezara a utilizar el flamante Cementerio Municipal en la Av. Lisandro Alvarado.

La tercera historia es mucho más reciente, data de los años setenta del siglo pasado. En el Grupo Escolar República del Perú laboraba la maestra María Cristina Chazzim y allí estudiaba el niño Rafael Delgado Chazzim, su hijo y buen amigo, quien me relató esta historia.

En la escuela existía la leyenda de que de vez en cuando aparecía una especie de “duende” que caminaba al revés; es decir, con los pies pegados del techo. Y, ciertamente, de vez en cuando un niño salía del baño llorando y dando alaridos porque había visto las marcas de las pisadas estampadas en el techo. Cuando se armaba el alboroto los otros niños entraban al baño y al ver las pisadas contribuían con la gritería. No tardaban en llegar las maestras ordenando al bedel que limpiara el techo y les decían a los niños que no contaran nada de eso a sus compañeros, lo que era suficiente para que más rápido todo el colegio se enterara de la situación, lo que lograba que las visitas de los niños al baño fueran sumamente rápidas.

Un cierto día, al terminar las clases y quedar casi vacío el colegio, la maesta María Cristina se había quedado hasta tarde haciendo trabajo administrativo y su hijo Rafael se había quedado con ella. El travieso muchacho se puso a pasear por todo el colegio y al escuchar unos ruidos en el baño fue a curiosear. Para su sorpresa, encontró al bedel con un palo que tenía pegado un zapato y una bandeja con pintura, con lo que hacía las marcas en el techo.

A toda carrera Rafael corrió donde su madre a notificarle el descubrimiento. María Cristina le dijo al niño que eso lo sabía ella y que lo hacían para que los niños no se mal entretuvieran mucho tiempo en el baño. Y agregó:

-Si tú revelas esto a tus compañeros vas a llevar la paliza de tu vida. El secreto se mantuvo por muchos años.

Luis Heraclio Medina Canelón.
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VÍA Equipo de Redacción Notitarde
FUENTE Luis Heraclio Medina Canelón