Luis Eduardo Martinez: ¡No a la Guerra! ¡Sí a la paz!
En la actualidad, la guerra ya no se libra únicamente en los campos de batalla
Opinión.- Vocear ¡No a la Guerra! ¡Sí a la Paz! es hoy más que ayer una obligación de todos los venezolanos y venezolanas. En un mundo donde las tensiones geopolíticas, los fundamentalismos ideológicos y las desigualdades económicas amenazan la convivencia humana y en el cual se multiplican los conflictos armados, el rechazo a la guerra y la defensa de la Paz se erige como el más alto acto de resistencia civilizatoria. La guerra -esa antigua maquinaria de poder— continúa reinventándose bajo nuevas justificaciones, pero con los mismos resultados: destrucción, sufrimiento y pérdida del sentido humano.
Ya otras veces, en mis columnas e intervenciones públicas, he recordado a Albert Camus con “la paz es la única batalla que vale la pena librar”, convencido como él que la guerra no solo aniquila vidas, sino también conciencias, valores y proyectos colectivos.
Es cierto que desde los albores de la civilización, la guerra ha sido una constante en la historia del ser humano. Tucídides, en su relato de la guerra del Peloponeso, ya mostraba cómo la violencia desfigura la razón política y moral de los pueblos. En el siglo XX, tras las dos guerras mundiales, la humanidad se enfrentó al horror de su propia capacidad destructiva: Auschwitz, Hiroshima, Nagasaki y los genocidios posteriores revelaron el fracaso de la racionalidad moderna. Hannah Arendt advirtió que el mal en la guerra no siempre proviene de monstruos, sino de individuos comunes que renuncian a pensar críticamente y obedecen órdenes sin conciencia. Esta “banalidad del mal” se reproduce cada vez que una sociedad justifica la violencia en nombre del patriotismo o de la ideología. Decir ¡No a la guerra! ¡Si a la Paz! es, por tanto, una afirmación radical de la humanidad. Significa rechazar la lógica del enemigo y afirmar la empatía como principio político.
En la actualidad, la guerra ya no se libra únicamente en los campos de batalla -Venezuela es buen ejemplo de ello- Johan Galtung introdujo el concepto de violencia estructural para describir aquellas formas de opresión que, sin recurrir a las armas, causan sufrimiento y muerte a través de la desigualdad económica, la pobreza, el racismo o la exclusión social. A estas se suma la violencia cultural y simbólica, expresada en los discursos que deshumanizan, manipulan o justifican la agresión. Pierre Bourdieu subrayó que el lenguaje mismo puede ser un instrumento de dominación. En ese sentido, la guerra comienza mucho antes de los disparos: comienza en la palabra que niega la dignidad del otro y allí está la beligerancia en las redes como confirmación.
Insistimos que la Paz no es simplemente la ausencia de guerra. Es, como señaló Galtung una Paz positiva: un estado de armonía social basado en la justicia, el respeto mutuo y la satisfacción de las necesidades humanas fundamentales. La Organización de las Naciones Unidas (ONU), desde su creación en 1945, proclamó en su Carta fundacional la misión de “preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra”.
Rechazar la guerra no es un gesto ingenuo ni romántico; es una exigencia racional de supervivencia ética y humana. En un mundo interdependiente, la guerra no destruye solo al enemigo: destruye el futuro común. La Paz debe ser comprendida como una tarea activa y permanente, fundada en la justicia social, el respeto a los derechos humanos y el reconocimiento de la diversidad. Cada acción de reconciliación, cada palabra de compasión, cada diálogo, cada esfuerzo por el entendimiento y la reconciliación es un muro que se levanta contra la barbarie. El ¡No a la guerra! ¡Si a la Paz! es, fundamentalmente un sí a la vida.
Al sonido de los tambores de guerra, al insólito clamar de unos pocos para que, parafraseando a Cipriano Castro, la planta insolente del Extranjero profane el sagrado suelo de la Patria, rogamos a San José Gregorio Hernández y a la Santa Madre Carmen Rendiles para que juntos preservemos la Paz y en ella defensamos la soberanía nacional.