Opinión
Ricardo Gil Otaiza: Recogernos en el Yo
Qué importante sería tener un espacio en el día a día en el cual recogernos en el Yo
15 de agosto de 2025
Opinión.- Créanme que muchas veces me he sentido tentado a dejar las redes, a abandonar para siempre ese pandemónium, desintoxicarme de tanta mentira y basura que pulula en el ciberespacio. En estos días hice el ejercicio de dejar bien guardado en un cajón el móvil por varias horas, y fue grandiosa la sensación de libertad que tuve: el alivio que sentí durante todo ese tiempo en el que no accedí a tantas cuestiones que me enferman e impregnan el espíritu de un desasosiego envolvente y pegajoso.

Estamos saturados de información, y creo que este es uno de los males de nuestros tiempos: llenamos la cabeza de cuestiones que muchas veces ni nos van ni nos vienen, que no necesitamos en nuestras vidas, que nos dejan un sabor amargo que hace de nuestros días una suerte de campo con minas antipersonas, que estallan aquí y allá y nos hunden en el vacío existencial.

Qué importante sería tener un espacio en el día a día en el cual recogernos en el Yo, para así no perder el sentido de la realidad y poder salir airosos de la experiencia que significa vivir a plenitud, con los sentidos atentos, pero no extenuados por la barahúnda ni el desmesurado aporte de información, que nos estresa a cada instante, y nos empuja e impele a ser lo que no deseamos ser.

Antes, es decir, hace varias décadas atrás, buscábamos la información que necesitábamos, comprábamos la prensa y la leíamos en un auténtico ejercicio de mayéutica y discernimiento, que pretendía formar opinión, sustentar lo recibido y sacar en limpio los pros y los contras de todo aquello. Sí, es cierto, estaban la tele y la radio bombardeándonos a cada instante, pero en los medios existía algo de lo que hoy carece en buena medida la Web: una ética y un código que hacían de tal cúmulo de información una cantera segura y, quien los infringía, era señalado por la sociedad y repudiado, lo que se traducía en descrédito y ostracismo.

Hoy, ¿a quién le reclamamos por tantas mentiras, medias verdades y bulos? Los llamados fake news son la regla y no la excepción, y hasta los rostros que vemos en la pantalla ya no sabemos si son de verdad o de mentira, porque la inteligencia artificial llegó para poner la guinda a la torta de la falsedad e impostura que imperan en nuestros días.

Lo que recibimos en los celulares o móviles, y en nuestros equipos de trabajo, es y no es, porque hasta las vulgares y silvestres llamadas person-to-person que hasta hace no mucho tiempo eran cuestión de real comunicación en vivo, hoy podrían estar en la categoría frecuente de los llamados spam; es decir, publicidad masiva, falsedad, encubrimiento, chantaje, extorsión y posibles virus informáticos.

Caminamos en la cuerda floja, cualquier cosa podría ser un hipotético peligro y la información que se nos da, en lugar de ponernos al día con los hechos más relevantes (como cabría de esperarse), a menudo resulta una farsa que nos lleva a cometer errores, a asumir bagatelas por verdades, a repetir como loros cuestiones elaboradas en laboratorios del crimen organizado, que busca hacernos caer en sus trampas y convertirnos en sus potenciales víctimas.

La desmesura informática que hoy arremete contra nosotros y que a menudo nos lleva por inexplorados e inciertos territorios, solo puede ser contenida con nuestra voluntad de cambio: asumir que somos nosotros los que tenemos el control de nuestras vidas, reconocer que estamos enviciados con las redes y que, como en todo vicio, el único remedio posible es la abstención programada y medida, con base en nuestros requerimientos y necesidades reales.

No planteo aquí volver a las cavernas: nada de eso, porque ni yo mismo me lo creería. El meollo del asunto está en poder discernir qué ver y qué dejar pasar. Tomar conciencia de que no todo lo que nos llega en los móviles es santa palabra, y que posiblemente esté contaminado por el letal virus de la falsedad y la impostura. 

En nuestras manos está el bloquear todo aquello que nos resulte sospechoso, el no aceptar llamadas de desconocidos, el no considerar “amigos” a todos aquellos que tocan a las puertas de nuestras redes y nos siguen. Recordar que la palabra amigo era sagrada para nuestros antepasados, y que partía del hecho de la transparencia y las buenas intenciones.

Las redes fueron creadas para interconectar, para interactuar, para establecer entre las personas lazos y vasos comunicantes que nos permitan crecer como sociedad humana, y así avanzar hacia una real cultura comunicativa, en la que nadie esté excluido, y que cada uno sea “pieza” clave en la conquista de las metas comunes, que se suponen deberán ser loables, edificantes y del bien colectivo.

Pero, no todos somos buenas personas, hay quienes son pérfidos y maléficos, que ven en cada boquete una oportunidad para saciar sus oscuros intereses y echan mano de las redes sociales para delinquir, para hacer daño a los otros, para estafar y sacar una gruesa tajada de cada circunstancia, y esto ha sido así desde el inicio de los tiempos, no nos confundamos.

Nos queda estar pendientes, ojo avizor, tener malicia, no creer a ciegas en la bondad absoluta (el único absoluto en el que creo es en Dios, y a veces con humanas dudas), no dar claves de acceso a nadie, no ceder en préstamo nuestros móviles ni equipos de computación, tener a buen resguardo nuestra intimidad y tomar la firme decisión de no entregarnos al vicio de estar a cada instante mirando a la pantalla: darnos un respiro para vivir, abrir espacios para el disfrute personal, estar a solas con nuestro Yo más íntimo y compartir en familia. Lo demás es silencio.

rigilo99@gmail.com
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VÍA Equipo de Redacción Notitarde
FUENTE Ricardo Gil Otaiza