Hoy los norteamericanos, más allá de invadir o no un país, tienen un objetivo más profundo: colonizarlo mentalmente, arrasarlo culturalmente, envenenarlo institucionalmente. Entrenaron dictadores, financiaron genocidios, impusieron recetas económicas que destruyeron industrias enteras y convirtieron a los pueblos en esclavos de la deuda. Lo hicieron en América Latina, en África, en Asia, en Europa del Este. Y luego, como haría un buen psicópata, culpan a las víctimas.
¿Quién destrozó Irak? Un país que jamás atacó a Estados Unidos, que no tenía armas de destrucción masiva, fue invadido en 2003 bajo una mentira televisada. Más de un millón de muertos, destrucción total de su infraestructura y el saqueo descarado de su petróleo. Las grandes petroleras y contratistas norteamericanas como Halliburton hicieron fortunas mientras el país se sumía en el caos.
¿Quién convirtió Libia en un mercado de esclavos? Tras la intervención militar de la OTAN en 2011, liderada por Estados Unidos, el Estado libio colapsó y surgieron milicias que vendían migrantes africanos como esclavos en plazas públicas, tal como documentó la cadena CNN en 2017. Las imágenes de seres humanos subastados por 400 dólares recorrieron el mundo como prueba del desastre causado por la supuesta “liberación” occidental.
¿Y qué decir de Afganistán? Después de 20 años de ocupación, bombardeos indiscriminados, corrupción impuesta y miles de civiles muertos, los norteamericanos huyeron de Kabul en 2021 como lo hicieron de Saigón.
Mientras tanto, las empresas norteamericanas de armas y contratistas de guerra se embolsaron más de 2,3 trillones de dólares, según el proyecto Cost of War de la Universidad de Brown. Esa fue la verdadera razón de la guerra: un negocio brutal disfrazado de misión humanitaria.
Estados Unidos no es una nación: es una empresa armamentista con bandera. Su economía depende del miedo, del chantaje, del dólar fabricado sin respaldo y de la guerra como modelo de negocios. Para sostenerse necesita enemigos. Si no existen, los inventa. Y si hay paz, la sabotea.
Lo más grotesco es que ya ni siquiera disimulan. Asesinan a sus aliados, sabotean sus propios tratados, espían a sus “socios”, chantajean a los jueces, financian campañas mediáticas contra cualquier líder soberano, secuestran civiles o diplomáticos, y luego se presentan como los garantes del “orden internacional”.
Pero el mundo ha cambiado. Ni China ni Rusia se arrodillan. África está despertando. América Latina ha aprendido. Y hasta en su propio patio interno, los Estados Unidos se están pudriendo desde dentro. Una nación adicta a las armas, dividida por el odio racial, controlada por lobbies, incapaz de garantizar salud o educación digna a su propio pueblo, ya no puede dar lecciones de nada.
Y Venezuela, que ha sido blanco de sanciones, bloqueos, robos, sabotajes y guerra económica, ha resistido porque tiene un pueblo consciente y un líder que, tenga contradictores o no, ha sabido mantenerse firme, guiando al país en medio de las mayores adversidades como lo ha hecho Maduro. Él no ha cedido, no ha claudicado, y mientras reconstruye la economía nacional bajo el asombro del mundo, mantiene la soberanía política intacta. En medio de tormentas globales, Venezuela no se arrodilla: avanza.
La historia lo demuestra: los grandes desarrollos nacionales no nacen del consenso, sino del coraje de líderes que se atreven a decidir.
Lo hizo Lázaro Cárdenas al nacionalizar el petróleo y defender la dignidad de México.
Lo hizo Nasser en Egipto, enfrentando al colonialismo europeo mientras construía soberanía industrial.
Lo hizo Deng Xiaoping al transformar a China en una potencia mundial sin entregar su alma al capitalismo salvaje.
Lo hizo Park Chung-hee en Corea del Sur al levantar una nación industrial desde la ruina.
Y lo está haciendo Nicolás Maduro, enfrentando un asedio sin precedentes con firmeza, paciencia y visión estratégica.
El error más peligroso sería dejarse seducir por promesas vacías, caer en la trampa del “buen norteamericano” y distanciarse de los verdaderos socios estratégicos como China, Rusia, Irán o Turquía. Cambiar independencia por subordinación, o sustituir cooperación multipolar por tutelaje disfrazado de inversión, sería repetir los errores del siglo XX.
Venezuela ha entendido que su lugar está entre los pueblos que construyen un mundo libre, no entre los que obedecen al amo de siempre. Esa conciencia, esa lealtad a la patria y esa dirección firme es lo que nos ha salvado del destino que vivieron otros.
Porque si algo hemos comprendido en este siglo es que la libertad no se negocia con el verdugo. Se conquista.
Y la historia, al final, no la escriben los imperios: la escriben los que los entierran.
Por Vincenzo Caruso