Luis Heraclio Medina: Las caídas del caballo de Páez
Al caer aprisiona la pierna de Páez, quien con dificultad logra zafarse
Opinión.- En estos días que hemos estado investigando sobre las verdaderas causas de la muerte del Gral. José Antonio Páez, estuvimos leyendo sobre sus aparatosos accidentes al caer de su montura. Después de todo, al mejor cazador se le va la liebre.
El “Centauro del Llano” mascó el polvo más de una vez al caer de sus corceles.
La primera de ellas la refiere el propio general, en su autobiografía, cuando en los primeros momentos de la batalla de Mata de Miel, el 16 de febrero de 1816, Páez cabalga peligrosamente cerca de las líneas realistas, quienes abren fuego y una bala entra por el ojo del animal, matándolo en el acto.
Al caer aprisiona la pierna de Páez, quien con dificultad logra zafarse. Tan pronto puede, toma el caballo de otro soldado y regresa a sus líneas. Al estar seguro con sus tropas los arengó:
“Compañeros, me han matado mi buen caballo, y si ustedes no están resueltos a vengar ahora mismo su muerte, yo me lanzaré solo a perecer entre las filas enemigas”.
De allí vino la memorable victoria de “Mata de Miel”. Otro accidente le ocurrió en Valencia, desde donde lo participa al Libertador el 12 de febrero de 1827, cuando le dice:
“Mi detención aquí… será más de lo que creía, por haber llevado un fuerte porrazo en una pierna que se ha irritado”.
Ese mismo día, en otra carta, Páez le informa a un edecán lo que pasó:
“...se cayó el caballo conmigo en el cerro y me lastimó bastante una pierna...”.
Tenemos otra referencia a estos accidentes a principios de 1828, apenas un año luego de aquel otro percance, cuando le escribe al Libertador, que se encontraba:
“...restablecido de mi golpe y de mis pasados achaques,” y prometió “...no volver a empeñarme en juegos de esta naturaleza”.
Tales juegos no eran otra cosa que la coleadera de toros. En esos mismos días Miguel Peña le escribe a Bolívar sobre el caso:
“El General Páez no volverá a colear toros; todos sus amigos le han pedido este favor, y él lo ha ofrecido; su caída no ha dejado de producir malas consecuencias”.
A los 68 años, el 25 de noviembre de 1858, Páez es invitado a participar en un desfile en Nueva York. Lo van a buscar a su casa un escuadrón de dragones y ataviado con lujoso uniforme de caballería monta en un brioso corcel y parte hacia el lugar del desfile. Páez cabalgaba junto al comandante de la parada y su estado mayor cuando, de repente su caballo tropieza y cae sobre su costado derecho y sobre la pierna del llanero. El veterano jinete, sin desmontar, hace que el animal se pare, pero el equino vuelve a caer, esta vez por el izquierdo aplastando la extremidad de ese lado del general.
Páez hace que el caballo se vuelva a levantar, para volver a caer, y el general trata de pararse, pero no puede por las lesiones que sufrió.
Varias personas acuden a ayudar y cargan al anciano y lo llevan hasta el Hospital Astor Palace. Allí los médicos diagnostican: “una dislocación compuesta, de la articulación del dedo grande del pie izquierdo, con una laceración extensiva de los tegumentos de un carácter muy serio.
Hay una contusión extensiva y equimosis, y es imposible decidir en este momento cuáles serían los últimos resultados.
Si la inflamación es extensiva, podría causar la pérdida de las partes. La herida es lo más peligrosa, en razón de la edad avanzada del General, aunque él tiene a su favor una excelente constitución y gran fortaleza física”.
Las heridas lo dejaron tan maltrecho que cuando a los pocos días Páez se embarcó para Venezuela lo tuvieron que transportar entre cuatro soldados en una litera. El accidente no pasó de ahí.
El último caso, es el más lamentable de todos, ya había pasado a la inmortalidad, y ocurrió hace pocos años, cuando una horda de malvivientes atacaron su bella estatua que en ese entonces se encontraba en el Distribuidor de La Florida y fueron unos venezolanos los que derribaron su efigie ecuestre.
Luego de muchos años guardada y en proceso de restauración, un valiente alcalde, sin temor a llevar la contraria a los grandes poderes, la hizo colocar en la Plaza Páez de San Blas, tratando de devolverle algo de su dignidad, que los ignorantes trataron de arrebatarle en un momento de insania mental.
@luishmedinac