Tulio Monsalve Serrada: El hogar y la escuela
Si después la escuela remacha esos principios, miel sobre hojuelas
Opinión.- Maravilloso el arte del pintor, del escultor y del arquitecto, pero aún más trascendental y hermoso el arte de forjar un alma. Y este papel se lo ha asignado Dios a los padres y maestros.ç
A los padres sobre todo. El hogar es la primera e insustituible escuela del año. Lo que aprendió en el regazo materno y de los labios y ejemplos del padre, jamás lo olvidará.
Podrá, sí, envolverlo con sus tentáculos y sobre su alma podrán caer diluvios de todo, pero un día renacerá, triunfante, la semilla depositada en su alma por sus padres.
Si después la escuela remacha esos principios, miel sobre hojuelas. Si la enseñanza del colegio es diferente, se entablará una lucha, donde triunfar, en definitiva, lo aprendido en el hogar.
Una vez que dos seres se unieron en el amor, ante Dios, para fundar un hogar a plenitud, cualquier desviación de sus vidas causará este impacto sobre el fruto de sus amores.
Nace el niño marcado por el pecado original, con la inclinación al mal. El jardín de su alma debe ser limpiado, con infinita paciencia y tacto, de los nacientes vicios, y en su lugar, sembrar las virtudes divinas y humanas que hacen de él un triunfador en la vida y, en un futuro, ciudadano de los cielos.
¿Cómo no examinarán exhaustivamente la escuela y el educador en cuyas manos pondrán a sus hijos? ¡Pueden echar a perder el trabajo que tan minuciosamente cuidan en el seno del hogar! Que no deje el padre, la educación total de los niños en manos de la madre, sobre todo de los varones. Que no crean esos padres que ya cumplieron con darles alimento, alojamiento y colegio.
Les queda la parte trascendental, la formación del alma de sus hijos. Cual jardinero que está alerta alrededor de la planta delicada, así los padres velan sobre sus retoñitos. ¿Qué leen?, ¿quiénes son sus amigos?, ¿qué películas ven?, ¿qué programas?...
Nuestros niños conviven con muchas personas, fuera de sus padres y maestros; compañeros de colegio y amigos de la calle, criados, parientes, personas ocasionales con quienes conversan en la playa, cine, paseos, transporte. ¿Podríamos controlar lo que hacen y conversan? ¿Cómo no temblar y temer ante tantas posibilidades de que nos echen a perder la obra exquisita de su educación? Nuestros hijos, tan vivaces de cinco a nueve años; los púberes de 10 a 12, nuestros atormentados y rebeldes adolescente de 13 a 20 años.
No podemos abandonarlos a ninguna edad. Debemos sí, cambiar de táctica, pero jamás perderlos de vista. La madre, de sus hijas debe ser la confidente y amiga íntima; el padre, de sus hijos, su mejor amigo. De los labios bendecidos por Dios, los progenitores y maestros debemos inmunizar al niño contra tanta maldad. Mejor es prever que lamentar hogar y colegio.
Que el niño vea cerca de sí, un frente unido de padres y maestros. Que juntos estudien la táctica a seguir y que jamás note el muchacho división entre sus formadores o que unos inculpen o acusen a los otros.
Que en el hogar se revisen cuadernos y libros, tareas y castigos. ¿Qué más sencillo que exigir cada semana o quincena la boleta de notas y condicionar a ella, estímulos y recompensas? Aún eso es descuidado por numerosos padres, que firman a todo correr y sin fijarse en la boleta, el lunes.
Padres, maestros, no habrá en la otra vida una cuenta más detallada que debamos dar a Dios, que la de cómo formamos para esta existencia y la otra a esos tiernos seres puestos bajo nuestros cuidados. Nunca es tarde para hacer un buen examen de conciencia, enmendar rumbos y rectificar.