Opinión
Luis Heraclio Medina Canelón: Los antiguos exámenes de los colegios
"Revisando la biblioteca de mis abuelos encontré una publicación llamada “Anales del Colegio Cajigal”, uno de los más prestigiosos colegios valencianos de entre fines del siglo XIX y principios del XX"
11 de febrero de 2022

Revisando la biblioteca de mis abuelos encontré una publicación llamada “Anales del Colegio Cajigal”, uno de los más prestigiosos colegios valencianos de entre fines del siglo XIX y principios del XX, fundado por Alejo Zuloaga, primer rector de la Universidad. Allí encontramos un capítulo llamado “Exámenes y Premios”. Aunque todos sabemos a qué se refieren los “exámenes” pocos entenderán lo de “los premios”.
 
A finales del siglo XIX y hasta principios del XX los exámenes en los colegios eran bastante distintos a lo que son hoy; la cuestión de los exámenes era algo bastante formal y un asunto importante tanto para la institución como para toda la familia. Por lo menos en los grados superiores los exámenes eran tres: escrito, oral y práctico, y con ese orden de prelación: si no pasabas el escrito no accedías al oral y si te raspaban en el oral no ibas para el práctico que era el último.
 
El escrito, es el que parece subsistir y como su nombre lo indica, se refiere a un cuestionario en papel que el examinado debería responder de las materias estudiadas durante todo el año. De aprobar este primer examen, luego vendría el oral. El alumno sería interrogado por el o los profesores para que a viva voz diera muestras de los conocimientos que había adquirido. Si pasaba este segundo examen, vendría el práctico, que variaba de acuerdo a la materia: generalmente en el pizarrón resolviendo problemas matemáticos, físicos o químicos, o quizás escribiendo en latín, francés o inglés. Podía ser o frente a un mapa o un globo terráqueo, señalando países, ciudades, cordilleras y ríos. Los exámenes se presentaban ante un jurado, compuesto por el profesor y varias otras personalidades de reconocida cultura, o especialistas en la materia.
 
Evidentemente, el estudiante que no estudiaba (valga la redundancia) era aplazado. No existían reparaciones, arrastres, revisiones, exámenes de gracia y ese montón de cosas que han inventado para darle un título de bachiller a alguien que no sabe ni dónde está parado. El cúmulo de materias que cursaban los estudiantes más avanzados era impresionante: química inorgánica, aritmética razonada y aritmética mercantil, historia natural, física, inglés, francés y latin y griego, religión, teneduría de libros, gramática, retórica, historia universal, gimnasia y esgrima, zoología, botánica, geometría, etc.
 
Con razón, un bachiller de esos tiempos era un “SEÑOR BACHILLER”. Recuerdo que el primer director del Liceo Pedro Gual no era ningún licenciado, sino un bachiller. Obtener un grado de bachillerato era un orgullo para la familia y le daba gran estatus social y respeto al graduando. También le garantizaba la posibilidad de un mejor empleo por los conocimientos adquiridos.
Los exámenes se hacían por varios días en el propio instituto, que se engalanaba especialmente para el evento, a puertas y ventanas abiertas, para que los compañeros, familia y público en general pudieran presenciar el desarrollo del estudiante, todo lo cual se hacía en un clima de respeto y orden. Al finalizar el acto era amenizado por jóvenes, bien del mismo colegio o invitados, que demostraban sus aptitudes artísticas, bien sea tocando al piano, recitando, o cantando. También algún discurso del director o algún profesor y el correspondiente turno a uno de los examinandos y se entregaban medallas y diplomas.

Así mismo había la entrega de premios: En algún lugar del salón, estaba una mesa bellamente decorada, con una serie de premios o regalos, debidamente envueltos, que una vez superados los exámenes serían entregados por sus padres a los muchachos. Los premios eran aportados por los padres y familiares de los examinados…imagino cual sería la emoción y el entusiasmo de los muchachos al ver aquellos paquetes misteriosos, envueltos en papel, con los que serían galardonados una vez terminara el examen. A principios del siglo pasado los últimos exámenes se presentaban en Caracas, ante la Universidad para poder obtener el título de bachiller. Los estudiantes eran llevados por el propio director, el Dr. Zuloaga. Entre la lista de aquellos muchachos encontramos hombres como Enrique Tejera y Agustín Codazi (hijo).

Aquella era una educación exigente, se premiaba al que estudiaba duro y aprobaba su curso, pero el que no se esforzaba, no estudiaba y no aprendía no podía imaginar pasar al próximo año. A diferencia de sus hermanos que culminaron sus estudios y se graduaron posteriormente de médicos y odontólogos mi abuelo Luis Eudoro no terminó el bachillerato…le pareció más emocionante llevarse el sable de su papá y un revólver e irse con una montonera que se había alzado contra la tiranía de Gómez en esos momentos, pero me pude sorprender de sus avanzados conocimientos de química, literatura, historia, gramática y latín en mis conversaciones de adolescente con él. En cuanto a mi abuela, Trinidad, las chicas en aquellos tiempos no acostumbraban a graduarse, sino que finalizaban sus estudios una vez culminado el periodo de la escuela de señoritas…recuerdo su bella caligrafía, sus conocimientos de francés, poesía, religión y me impresionaba como sabía el nombre de todos los afluentes del Orinoco, en la rivera occidental y en la rivera oriental. Hoy en día la mayoría de los bachilleres no saben qué dónde queda el Orinoco, ni tampoco qué significa rivera, ni donde quedan el oriente y el occidente. Que diferencia con los tiempos que han sobrevenido¡
 
Por Luis Heraclio Medina Canelón
MC de la Academia de Historia del Estado Carabobo. 
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VÍA Karla Oviedo
FUENTE Editoría de Notitarde