Opinión
Cita con la Historia: Los diez Cementerios de Valencia (Parte II)
"Aquellos cementerios estaban muy vinculados al credo católico y en ellos sólo se enterraba a los de esta fe"
10 de noviembre de 2023

Opinión.- La semana pasada hablamos sobre los antiguos cementerios de Valencia: el primero, junto a la iglesia y frente a la plaza, los cementerios del Hospital San Antonio de Padua, del Beaterio San Buenaventura y del Convento, así como del Cementerio Morillo, el del Padre Lovera y el del gobernador Miguel Martínez.

Aquellos cementerios estaban muy vinculados al credo católico y en ellos sólo se enterraba a los de esta fe, por lo que, a principios de los años 70 del siglo XIX, el señor F. Gleiker, un vecino alemán de credo protestante obtuvo la autorización del gobierno para establecer en su finca "La Fundación" un cementerio para sus empleados que no eran católicos. Este lugar quedaba en lo que hoy conocemos como las inmediaciones del dique de Guataparo.

Para fines de la década de los 80 del siglo XIX, concurren dos circunstancias: por una parte, todos estos cementerios ya eran insuficientes para la ciudad y por otra parte Valencia crecía y se necesitaba urbanizar los terrenos ocupados por los antiguos cementerios, por lo que las autoridades iniciaron los estudios para crear un nuevo. La comisión designada, asesorada por los expertos en higiene pública, originalmente planteó la fabricación del nuevo camposanto alejado de la ciudad, en el lado este del cerro el Morro, pero los ingenieros consideraron inconvenientes las condiciones del terreno por lo que, previa opinión de los ingenieros, se decidió hacer el nuevo cementerio más al suroeste de la urbe, al pie de la serranía de la Guacamaya, donde quedaba una hacienda de una isleña llamada Josefa, conocido este lugar como el de la "Isleña Pepa".

Allí se construyó el moderno Cementerio Municipal de Valencia, con cierto parecido al cementerio construido por Guzmán Blanco en Caracas: una soberbia obra de estilo toscano, con arcos, balaustradas y rejas de hierro forjado, anchas puertas que permitían la entrada de los carruajes funerarios, dos capillas: una para los católicos y otra para los no católicos, con sus parcelas perfectamente delimitadas, sus calles y una plaza con árboles y jardines. Este cementerio se inauguró en 1888 y fue proyectado para servir a la ciudad por unos 50 años o más. Todavía hoy en día es utilizado por los valencianos.

Ahora bien 10 años después o sea en 1898 Valencia fue asolada por una nueva peste esta vez la viruela. Se consideró inconveniente enterrar a las víctimas de esta epidemia en el nuevo cementerio y por lo tanto se habilitó el abandonado cementerio del Padre Lovera para estos difuntos.

Nos contaban algunos ancianos que según referían a ellos sus abuelos, a finales del siglo XIX, las autoridades querían urbanizar los sectores ocupados por los viejos cementerios pero mucha gente se negaba a que sus deudos fueran trasladados al lejano y nuevo Cementerio Municipal, donde les costaría llevarles flores y oraciones, ya que tenían que andar por casi dos kilómetros, por lo que algún funcionario ideó una estrategia para que la gente no quisiera ir más a las viejas necrópolis: un par de sujetos entraron en el cementerio en horas de la noche y se disfrazaron con sábanas blancas como fantasmas y pegaban alaridos cuando alguien pasaba por el frente para que los vieran. Rápidamente se difundió el rumor de que los muertos salían en ese cementerio y la gente paulatinamente prefirió no visitarlo. Hoy en día sobre esas necrópolis se levantan las comunidades de El Candelero, El Calvario, Barrio Atlas, La Guacamaya, el Palacio de Justicia, la Escuela Juan Antonio Michelena y las estaciones de servicio La Democracia y Atlas.

Luis Heraclio Medina Canelón
@luishmedinac
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VÍA NT
FUENTE Luis Heraclio Medina Canelón