Opinión
Cita con la historia: 15-09-1899 Tocuyito, el día después
"Normalmente en la historia se recuerdan los grandes hechos, pero la vida es un proceso continuo de vivencias y cambios"
15 de septiembre de 2023
Opinión.-  Normalmente en la historia se recuerdan los grandes hechos, pero la vida es un proceso continuo de vivencias y cambios. Luego de esos notables sucesos hay una serie de pequeñas historias que merecen ser contadas.

La batalla de Tocuyito el 14 de septiembre de 1899 fue el punto culminante de la llamada “Revolución Restauradora” que llevó a Cipriano Castro al poder, pero desde el día siguiente se produjeron entre Tocuyito y Valencia una serie de hechos que vale la pena reseñar, que nos dan una idea del panorama general que se vivió en esos días.

José Rafael Pocaterra nos trae en las primeras páginas de su “Memorias …” un episodio que debió repetirse docenas de veces en aquellas calles de la Valencia decimonónica. El autor era apenas un niño en su casa de la Calle Colombia cuando al día siguiente de la batalla vio como tocó a la puerta de la casa un desdichado hombre: era uno de los combatientes del día anterior, sucio y deshidratado, pidió agua a la madre del niño, quien presurosa le dio de beber. El infeliz dejó ver la entrada de un balazo de máuser, una pequeña perforación, pero al moverse se descubrió el horrible orificio de salida, una enorme tronera con sus carnes expuestas. El soldado tomó algo de agua y cayó muerto a las puertas de la casa.
 
Apenas unos metros más abajo estaba uno de los dos hospitales de la ciudad, el Hospital de Caridad, que databa de la colonia, el antiguo Hospital San Antonio de Padua, hoy conocido como Casa de la Estrella. Era uno de los dos pequeños hospitales de la pueblerina ciudad, ambos dependientes de la municipalidad, y tenía una capacidad de unas veinte camas, el otro era el Hospital Civil, más moderno, recientemente inaugurado, bastante mayor. Allí era el cirujano el general Medardo Heraclio Medina, mi bisabuelo. En esos tiempos había un solo cirujano por cada hospital, lo que era suficiente para aquella pequeña población, pero en Tocuyito se enfrentaron cerca de cinco mil hombres. Los militares usaron una nueva máquina de muerte: las ametralladoras, que junto con los nuevos fusiles de repetición causaron una verdadera carnicería. Aunque no hay cifras oficiales se calcula los muertos en alrededor de mil y unos dos mil los heridos, a tiros, machetazos y por la metralla de los cañones. Centenares de víctimas llegaron a esos pequeños hospitales con dos cirujanos cada uno. ¿Anestesia? Casi nada. ¿enfermeras? No tenemos registros de que existieran. Había unos “practicantes” que eran los estudiantes de medicina que ayudaban. En tiempos en que no existían los antibióticos había que amputar sin miramientos tratando de evitar las infecciones que llevarían a la gangrena y la muerte. Uno de los heridos que trató el Dr. Medina fue un jovencito llamado Eleazar López Contreras, a quien estuvo a punto de amputarle el brazo gravemente afectado por un balazo, pero a última hora lo reparó. El muchacho llegará a presidente de la república.

Los escasos hoteles de la ciudad se convirtieron en improvisados hospitales de sangre para albergar a los centenares de heridos y moribundos, pero el herido más importante, el general Cipriano Castro, que tenía una pierna fracturada por la caída de su montura fue alojado en una casa de familia de uno de los ricos de la ciudad. De allí se llevaría a su anfitrión a hacer gobierno en Caracas.
 
A lo lejos, en las afueras de Tocuyito, el sacerdote Joaquín Urrutia, párroco del pueblo recorría los alrededores dando la extremaunción a los moribundos que encontraba y haciendo alguna oración por los que ya habían dejado el mundo. Bajo un árbol a orillas de la quebrada La Yaguara encuentra un agonizante soldado Máximo González, quien recibe la comunión y expira al rato. Luego, ante la sorpresa de todos, su cadáver quedará incorrupto por mucho tiempo y la gente del sector considerándolo por causas sobrenaturales, le encenderá velas y con el tiempo lo enterrarán bajo una tosca cruz, siempre rodeada de velas. El pueblo le atribuirá milagros y le construirán una pequeña capilla y luego otra más grande. Es lo que hoy se conoce como el Anima de la Yaguara.
 

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VÍA NT
FUENTE Luis Heraclio Medina Canelón