Por ejemplo, si alteramos el orden y hacemos el segundo o tercer paso de primero, se interpreta que hemos hecho un chisme.
Ahora bien… ¿qué significa “apartarse de él”? No significa despreciar a la persona, no tratarla o no saludarla. Apartarse significa diferenciar el pecado del pecador. Significa no aprobar sus proposiciones, ni sus caminos. Pero podría significar, inclusive, “
sacudirse el polvo de las sandalias” (Mt. 10, 14), como también aconsejó Jesús a sus discípulos para cuando no fueran escuchados.
Hoy es común no corregir por miedo a lo que pueda suceder. Se dejan pasar las cosas sin hacer la corrección adecuada, por miedo a ser rechazados, por miedo a perder popularidad, por miedo a ser tachados de intransigentes o por miedo al conflicto. Pero aquéllos que, teniendo responsabilidad para con otros, no corrigen, corren el riesgo de ser ellos mismos amonestados por Dios por no cumplir su responsabilidad. Esto es especialmente importante para los padres que muchas veces temen corregir a sus hijos por miedo a no ser queridos por ellos.
El Señor es muy severo con respecto a personas que, teniendo la obligación de corregir a otros, no lo hacen. “Si Yo pronuncio sentencia de muerte contra un hombre, porque es malvado, y tú no lo amonestas para que se aparte del mal camino, el malvado morirá por su culpa, pero Yo te pediré cuenta de su vida. En cambio, si tú lo amonestas para que deje su mal camino y él no lo deja, morirá por su culpa, pero tú habrás salvado tu vida” (Ez. 33. 7-9).
Ahora bien, no siempre depende de nosotros el buen resultado de la corrección, pues a veces, aún siguiendo el orden que el Señor nos da, el otro puede rechazarla. Por el contrario, cuando somos nosotros los corregidos, ahí sí depende siempre de nosotros mismos el buen resultado. El dejarse corregir es un deber tan importante, como corregir.
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