En líneas generales, la obra trata de dos actores de mediana edad que comparten una misma vivienda. Cada uno de ellos, tiene una personalidad distinta a la del otro. Cámara hace de un hombre ordenado, mientras que Sarcos hace otro tipo de persona, por lo que discuten constantemente, lo que lleva al espectador a observar un plano contra plano de forma recurrente.
Un elemento que hay que destacar en la pieza es la rítmica, tan bien marcada por los actores y el texto, que atrapa y mantiene la atención de los espectadores, quienes perciben de esta forma una estructura coherente y atractiva de la enunciación escénica.
Aunque Wessolossky ha dicho que no pretende hacer planteamientos profundos en esta obra, la pieza tiene aquí un interesante juego de óptica humana sobre la sicología del venezolano, utilizando la risa como resultado de una empatía por inferencia: es decir, poniendo a cada actor en el papel del otro.
Llega un momento en el cual la obra parece hacer un giro a lo Ionesco, cuando los personajes dejan ver que la comedia presentada era parte de un libreto y que todo había sido una escenificación, momento en el cual los actores cambian sus roles. Así, el dueño de la vivienda ya no era uno de ellos, sino el otro.
Pero, aunque parezca algo extraído de “La cantante calva” no hay elementos del absurdo en las líneas de Wessolossky: es otra forma de ver el plano contra plano, como cuando un niño juega con un “cubo mágico” y le da vuelta para estar ante otra perspectiva del mismo. Es decir, es una forma del autor de mostrar la otra cara de la luna.
De manera paralela, la presentación teatral quiere hacer un homenaje a quienes han trabajado en las telenovelas venezolanas, presentando en los intermedios audiovisuales con fotografías de los actores veteranos y la música de estas series.
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