Opinión.- El corazón de la Venezuela de hace bastantes años estaba en sus plazas, pues fuera grande o pequeña, generalmente con el nombre de Bolívar, guardaba las conversaciones y las distintas tertulias de los venezolanos, en una época sin redes sociales, masificación total de la información o simplemente la banalidad de lo inmediato.

La televisión y la radio eran los protagonistas de la escena pública nacional, el periódico todavía se leía bien tempranito por la mañana y se releía por allá pasado el café de la tarde por si acaso faltó alguna que otra columna por leer, esas que después pasarían a la discusión pública de los que gustaban de analizar todo.

En esa Venezuela se daba un fenómeno entrañable, la reunión de los letrados, los experimentados o los conocedores de diversos aspectos del país, ya fuera porque habían estudiado mucho o porque habían vivido muchas cosas. Esos hombres, regularmente mayores, se reunían muy bien vestidos en las banquitas circundantes a las diversas estatuas del Libertador en distintas ciudades del país, el talento intelectual local generaba su tertulia orgánica para quienes quisieran pararse a escucharlos. Muchos de ellos fueron llamados los "Edecanes de Bolívar" o los "Edecanes del Libertador".

Para quienes somos todavía jóvenes pero que logramos vivir y recordar la última década del siglo XX, se nos vienen a la mente las veces en que alguna de esas tertulias de la plaza nos salvó la tarea para la escuela, donde más que la fuente bibliográfica resaltaba la tradición oral y la experiencia de quien echaba los cuentos. Fuimos afortunados por vivir esos últimos momentos de otra Venezuela y otra humanidad.