Opinión
Luis Heraclio Medina Canelón: El presidio del castillo de Puerto Cabello
"Llamado originalmente “San Felipe” como parte de las defensas costeras de la Provincia de Venezuela"
14 de octubre de 2022
Opinión.- A mediados del siglo XVIII, fue construido el castillo de Puerto Cabello, llamado originalmente “San Felipe” como parte de las defensas costeras de la Provincia de Venezuela. Fue escenario de importantes eventos en la época hispana y en tiempos de la independencia.
Desde fines del siglo XIX se le da al Castillo San Felipe el carácter de penitenciaría bajo la autoridad de un director del penal y un jefe de Fortaleza, que dependían de los ministerios de relaciones interiores y guerra y marina. Seguramente en tiempos de Guzmán Blanco se le cambia el nombre a “Libertador”.
 
Durante las dictaduras de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez allí estuvieron presos gran cantidad de médicos, maestros, periodistas, abogados y escritores, por lo que tenemos una gran cantidad de registros históricos sobre lo que allí ocurría.
 
Pero ¿cómo era la vida dentro del Castillo?
 
El presidio estaba organizado 2 grandes secciones: una para presos comunes con en 3 pabellones más uno femenino y la sección de presos políticos con 2 departamentos: el Olvido y el Rastrillo, que tenían un total de 14 calabozos y 2 patios. El número de presos oscilaba de acuerdo al momento, entre unos 800 y 1.200.
 
Algunos presos comunes de buena conducta podían tener unas pequeñas pulperías que vendían a 4 o 5 veces el precio de mercado y tenían la facilidad de acceder a los pabellones de los políticos para comerciar con ellos algunas mercancías con las que los presos trataban de subsistir algo mejor. La dieta del penal consistía en dos cucharones de frijol picado y medio plátano asado, más un pocillo de café, 2 veces al día los 365 días del año. No había letrinas ni servicios sanitarios. Se utilizaban los “pollinos” que eran unas latas de manteca que se vaciaban 2 veces al día. Había un “Pollino” por cada calabozo. Estar dentro de esos calabozos era un verdadero suplicio: faltaba de aire, y el calor, y la humedad.

Los presos comunes tenían la posibilidad de trabajo remunerado en el astillero o en la misma fortaleza, las visitas femeninas, la recepción de correspondencia y objetos del exterior, etc.
 
Pero con los políticos no ocurría eso: la norma general es que estaban completamente incomunicados. Jamás recibirían una visita, ni de familiar, médico, abogado o siquiera un sacerdote, no recibían ninguna correspondencia, o libros, y generalmente se les apersogaban grillos en los tobillos. Tenían prohibido papel y lápiz. Tampoco podían recibir casi libros y muchas veces después de que se les enviaban los decomisaban. Algunos presos políticos eran sacados a trabajar como esclavos en las haciendas de las autoridades, con sendos grillos de bola apersogados a sus tobillos. Más de uno murió en esos trabajos forzados.
 
Las condiciones de insalubridad del Castillo eran de lo peor: el paludismo, la tuberculosis y la disentería unidos al hambre hacían estragos en la población reclusa. No había ningún servicio médico y los enfermos eran tratados por alguno de los galenos presos, con los pocos recursos que pudieran tener. Muy pocos presos fueron ejecutados, pero se les mataba lentamente de enfermedad, hambre y encierro. Muchos terminaron locos.

¿Quiénes eran los presos políticos?

Por supuesto, los conspiradores. Pero también cualquiera que hubiera sido víctima de un mandamás gomecista: Podemos citar algunos casos:
Un joven de Cocorote que era pretendiente de la hermana del presidente de Yaracuy estuvo 2 años engrillado por órdenes del presidente del estado, quien se oponía al noviazgo.

El caso de un joven de Valencia que se burló de la pronunciación del francés del presidente del estado Gral. Martínez Méndez. Fue encerrado hasta enloquecer y morir.
 
Santos Matute Gómez, primo del dictador y presidente de Zulia explica en una carta a Gómez las causas de muchos de los presos: habla de hombres que llevan 7 años encerrados porque le ganaron un gallo a un prefecto, otro que no le quiso prestar unas mulas, o una plata, o porque lo sorprendieron con unas botellas de aguardiente. Esos eran los “delitos” castigados por la dictadura.
 
Por Luis Heraclio Medina Canelón
M.C. de la Academia de Historia del Estado Carabobo
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VÍA NT
FUENTE Editoría de Notitarde