Stephen Miller: El Rasputín de Trump y arquitecto de su agenda dura
Cada mandatario suele tener un consejero predilecto, y en el caso de Trump, ese rol lo cumple Miller
Internacional.- Stephen Miller, tal vez el hombre de mayor confianza del presidente Donald Trump, ha emergido como la figura ideológica clave y más poderosa dentro de la Casa Blanca en esta segunda administración.
Cada mandatario suele tener un consejero predilecto, y en el caso de Trump, ese rol lo cumple Miller, quien ostenta el cargo de subjefe de gabinete y asesor de seguridad nacional en política interna. De hecho, es el único asesor cercano que también lo acompañó durante su primera presidencia. Analistas comparan su influencia con la de figuras como Dick Cheney (el todopoderoso vicepresidente de George W. Bush) debido al control sin precedentes que ejerce sobre las políticas del gobierno.
La muestra más clara de su estatus proviene del propio Trump: Consultado en Meet the Press de NBC sobre la posibilidad de nombrar a Miller como Consejero de Seguridad Nacional, Trump desestimó la idea afirmando que sería “un descenso de categoría” porque “Stephen está mucho más arriba en la jerarquía” de su gobierno. En otras palabras, Miller tiene una línea directa de autoridad con el presidente, incluso por encima de otros altos funcionarios.
El ideólogo tras la agenda antinmigración de Trump
Como arquitecto de la política migratoria de línea dura, Miller ha moldeado las iniciativas más polémicas y visibles de Trump, tanto en su primer mandato como ahora.
Durante el periodo fuera del poder (2021-2024), Miller no se quedó de brazos cruzados: fundó la organización America First Legal para defender la agenda “Estados Unidos Primero” en los tribunales. Desde allí analizó cómo hacer más efectivas las políticas trumpistas sorteando los contrapesos judiciales que frustraron muchas medidas en el primer gobierno. En efecto, Miller se preparó para volver a gobernar junto a Trump, estudiando cómo superar los obstáculos legales y burocráticos que antes los habían frenado.
La agenda del segundo gobierno de Trump refleja en gran medida las ideas promovidas por Miller durante años. Casi todas las iniciativas más radicales en materia migratoria llevan sus huellas.
- Fin de la ciudadanía por nacimiento: El mismo día de la investidura en enero de 2025, Trump firmó una orden ejecutiva (concebida por Miller) para eliminar la ciudadanía por jus soli a hijos de indocumentados nacidos en EE. UU.
- Emergencia nacional y militarización fronteriza: Miller fue promotor de declarar una “invasión” en la frontera sur para activar poderes de emergencia. Bajo su dirección, se desplegaron Guardias Nacionales con el argumento de combatir el crimen ligado a inmigración. Cancelación de TPS y también la imposición del “travel ban” o prohibición de entrada para varias nacionalidades, como la venezolana.
- Cuotas de detención y deportación masiva: Siguiendo directrices de Miller, ICE y la Patrulla Fronteriza han operado bajo metas agresivas de arrestos y expulsiones. En mayo de 2025, Miller impuso una cuota de 3.000 detenciones diarias de inmigrantes, lo que llevó a operativos en restaurantes, cortes [EF1] y hasta hospitales para capturar a indocumentados, generando pánico en comunidades migrantes y choques con autoridades locales demócratas.
- Mano dura en “ciudades santuario” y estados demócratas: Bajo la tutela de Miller, se desplegaron fuerzas federales fuertemente armadas en urbes con alta criminalidad (Chicago, Philadelphia, etc.) con la premisa de “restaurar el orden”, una táctica controversial que los demócratas tildaron de militarización con fines políticos.
- Designación de cárteles como terroristas extranjeros: Una propuesta añeja de Miller, implementada en esta administración, fue catalogar a ciertos cárteles de droga internacionales como Organizaciones Terroristas Extranjeras (FTO). Esto incluyó en particular al Tren de Aragua. La etiqueta de “terrorista” pretende habilitar herramientas excepcionales de combate (incluyendo acciones militares directas) contra estas organizaciones, algo inédito en la política antidrogas tradicional. Como se detalla más adelante, esta movida tiene implicaciones legales de gran calado para la agenda migratoria de Miller.

Visión ideológica desde temprano.
Durante su etapa en la secundaria de Santa Monica High School, Stephen Miller protagonizó un discurso que fue muy comentado por su tono provocador y que anticipa rasgos de su perspectiva política posterior. En un video hecho para una clase audiovisual durante su candidatura al gobierno estudiantil, Miller subió al podio y dijo:
“Hola, soy Stephen Miller. Puede que algunos de ustedes no me sepan… Diría y haría cosas que nadie en su sano juicio diría o haría. ¿Soy el único que está harto de que le digan que recoja la basura cuando tenemos tantos conserjes a quienes les pagan para que lo hagan por nosotros?”
Los críticos en aquel entonces interpretaron el comentario sobre los conserjes como una provocación clasista y racista, dada la composición demográfica de quienes desempeñaban esos trabajos.
Ese episodio no sólo muestra su gusto temprano por la polémica, sino también cómo desde una edad temprana Miller articula una narrativa de “nosotros versus ellos” —una identidad moral y cultural que él mismo había de definir más tarde frente a inmigrantes, minorías y lo que consideraba “imperativos nacionalistas”.
Según la biografía Hatemonger, su familia vivió dificultades financieras tras un terremoto en los años noventa, lo que obligó a los Miller a mudarse a una vivienda más modesta cuando Stephen tenía apenas 13 años. Este episodio, lejos de despertar solidaridad, profundizó en él una conciencia de fragilidad y competencia: fue en ese contexto que Miller empezó a vincular la inseguridad económica con la amenaza del “otro” —especialmente del inmigrante— como un adversario que debía ser combatido, no comprendido.
Éxitos en frenar la migración: cifras y hasta elogios inesperados
Hasta el momento, la campaña de mano dura migratoria diseñada por Miller ha logrado resultados que el propio Trump presume como su mayor éxito. Según datos oficiales del Departamento de Seguridad Nacional (DHS), en los primeros ocho meses de gobierno 2 millones de migrantes indocumentados han salido de Estados Unidos – unos 1,6 millones se habrían auto-deportado al sentir la presión, y 400.000 fueron deportados forzosamente por las autoridades.
Estas políticas han tenido un impacto tangible en el flujo migratorio. Por primera vez en más de 50 años, la población inmigrante total en EE.UU. se redujo en vez de crecer. Pasó de un pico de 53,3 millones en enero de 2025 a 51,9 millones en junio – es decir, 1,4 millones menos en unos meses, según Pew Research.
Bernie Sanders, crítico de Trump concedió dijo en una entrevista que “nadie cree que la inmigración ilegal sea algo apropiado” y reconoció la necesidad de fronteras más seguras. “Hay que frenar la entrada ilegal; no es correcto que la gente cruce así la frontera”, dijo Sanders en ABC News, avalando el principio básico de Trump aunque reclamando una reforma migratoria integral a la vez.
Sin embargo, el senador demócrata también advirtió que “Si Trump deporta a 20 millones de personas, destruiría por completo este país. Los amigos multimillonarios de Trump no van a cosechar nuestros campos ni a trabajar en los mataderos”, sentenció Sanders. Estos comentarios reflejan cómo, aún quienes disienten de Trump, reconocen el efecto real de sus políticas fronterizas a la vez que temen sus excesos.
De los tribunales a la estrategia Caribe: la polémica Ley de Enemigos Extranjeros
Pese a los “logros” proclamados, la ofensiva de Miller contra la inmigración tiene frentes abiertos y polémicas legales en desarrollo. Una de las más controvertidas es la invocación de la antiquísima Ley de Enemigos Extranjeros de 1798 (Alien Enemies Act en inglés) para facilitar deportaciones expeditas – una jugada jurídica sin precedentes que Miller concibió y que actualmente se dirime en los tribunales. Esta ley permite al presidente deportar o detener a ciudadanos extranjeros de naciones hostiles “siempre que exista una guerra declarada o una invasión o incursión depredadora por parte de un país extranjero”.
En resumen, argumentó que Estados Unidos se enfrenta a un enemigo externo (un narco-Estado) y por tanto puede usar facultades de guerra para defenderse, incluyendo expulsar a nacionales de ese país.
Dado que no existe guerra declarada ni invasión armada, el tribunal dictaminó que el gobierno no puede escudarse en esa ley de 1798 para deportar venezolanos. La administración Trump ha apelado furiosamente esta decisión, y Miller en persona lidera el equipo legal en la batalla. El caso podría escalar hasta la Corte Suprema, pues el gobierno insiste en que la infiltración de un narco-régimen cumple con la definición de “incursión depredadora” que la ley contempla (algo que la mayoría de jueces rechazó).
Detrás de esta compleja táctica legal está de nuevo la mano de Miller, combinando retórica belicista, movimientos militares y argumentación jurídica creativa. De hecho, el inusual despliegue militar de EE.UU. en el Caribe este año tiene mucho que ver con esta estrategia. Oficialmente, su misión es interceptar cargamentos de drogas, pero en la práctica han llevado a cabo ataques extrajudiciales contra lanchas sospechosas de narcotráfico.
Según reveló The Guardian, Miller ha dirigido personalmente estos operativos contra botes venezolanos, asumiendo un rol incluso por encima del secretario de Estado y consejero de seguridad nacional interino, Marco Rubio. Al concentrar el control de esas acciones en su propio consejo (HSC), Miller se asegura de generar hechos consumados que respalden la narrativa legal de que “Estados Unidos está bajo ataque de un ente extranjero”. La presencia de marines y misiles en el Caribe sirve así como pieza central de la justificación de autodefensa bajo el artículo II de la Constitución que la Casa Blanca esgrime para los ataques y deportaciones. En resumen, Miller intenta probar que existe un estado de guerra de baja intensidad contra un “narco-Estado” enemigo, y por tanto medidas extremas serían legítimas.
La influencia de Miller también se evidencia en la burocracia clave que rodea estas políticas. Un ejemplo es el Departamento de Estado, donde Miller logró colocar como subsecretario a Christopher Landau, exembajador ahora apodado “el quita visas” en la red social X por su entusiasmo en cancelar visados. Landau es un aliado de Miller y su misión en la cancillería ha sido “controlar el flujo de extranjeros que entran a Estados Unidos”, según fuentes internas citadas por The Guardian.
El cálculo estratégico de Miller: entre el Caribe, los tribunales y la frontera sur
El despliegue militar estadounidense en el Caribe, presentado oficialmente como una operación antidrogas, tiene un trasfondo jurídico y político mucho más profundo: constituye la pieza clave de la estrategia de Stephen Miller para sostener en los tribunales la aplicación de la Ley de Enemigos Extranjeros contra los migrantes venezolanos. Al encuadrar al régimen de Maduro como un “narco-Estado” que encabeza incursiones hostiles contra EE.UU., Miller busca generar hechos consumados que respaldan su tesis de que existe una agresión extranjera que habilita poderes de guerra. En este marco, los movimientos militares no solo responden a la lógica de seguridad, sino que también son herramientas legales y narrativas.
No obstante, Miller enfrenta un dilema delicado. Una eventual “fase dos” de la operación, que incluyera ataques dentro del territorio venezolano, podría provocar una nueva ola migratoria masiva hacia Estados Unidos. Eso pondría en riesgo el que hasta ahora ha sido presentado como su mayor éxito: la reducción sin precedentes del flujo de migrantes en la frontera sur. Una combinación de crisis humanitaria desbordada en Venezuela más derrotas judiciales en los tribunales estadounidenses podría traducirse en un golpe devastador.
Su capacidad de maniobrar entre tribunales, despliegues armados y la narrativa política de Trump lo convierten en el verdadero “Rasputín” de esta administración. Pero también revela la fragilidad de su apuesta: cualquier movimiento en falso, cualquier crisis migratoria desencadenada por acciones militares precipitadas, podría transformar su mayor éxito en su peor vulnerabilidad.